FUENTE: LaFortalezaDeLaSoledad
“Poco me importa si un libro es prosa, poesía, teatro, ensayo o lo que sea. Para mí un libro es un libro y es desde ese punto de vista, y al margen del género en el que se le inscriba, que me interesa o no”
José Rosas Ribeyro, escritor
En esta entrevista converso con el conocido escritor peruano José Rosas Ribeyro (Lima) sobre su ambiciosa novela País sin nombre (Mesa Redonda, 2011).
Gabriel Ruiz Ortega
País sin nombre es tu primera novela y la misma está alejada de lo que podríamos esperar de las primeras entregas en general, con no pocos vacíos y variedad de lugares comunes, ya que se percibe en ella dos factores: la madurez personal del autor y una cierta distancia (emocional, quizá) sobre lo que se nos narra.
Bueno, yo mismo no puedo juzgar si mi novela es o no "madura". Esa es, más bien, tarea de los lectores. Me halaga, en cambio, que la hayas percibido así, porque no se trata de una novela "normal", que respete las normas que se establecieron en el siglo XIX y que hasta hoy rigen gran parte de la producción novelística mundial y, en particular, de la peruana, donde hay autores que reescriben a los grandes novelistas "clásicos" sin el talento de ellos y hay críticos a los que esos soporíficos ejercicios narrativos académicos les parece buena literatura. País sin nombre quiere reivindicar quizá dos polos que se tocan de la tradición novelística a través de los siglos. Por un lado, la novela como espacio de libertad en el campo literario, como lo fue en sus comienzos, cuando el fundador del género en castellano se permitía todo. Dentro del espacio novelístico como él lo concibió podía entrar lo que quedaba al margen en géneros mucho más rígidos, como eran la poesía (encerrada en la rima y la métrica, por ejemplo) y el teatro (con la unidad de tiempo y de espacio). En ese sentido Cervantes es el maestro supremo ya que su arte narrativo queda expresado en aquella frase que él pone en boca, si no me equivoco, de Sancho: "la libertad es el bien supremo del hombre", o algo similar, ya que cito de memoria y mi memoria siempre ha sido bastante deficiente. Por otro lado, País sin nombre le debe mucho a esa obra maestra contemporánea que es Ulises de Joyce y a esa otra que es Bajo el volcán de Lowry. Le debe en el sentido de que si yo no hubiera leído esas obras en algún momento de mi vida nunca me hubiera atrevido a escribir mi novela tal como es. Ya más cerca en el tiempo, debo decir que los inspiradores directos de País sin nombre son Thomas Bernhard y su ciclo autobiográfico, un conjunto de pequeñas obras maestras, y Cabrera Infante, cuya novela La Habana para un Infante difunto, leí durante un verano, en gran parte tumbado sobre la arena frente al mar en la ciudad de Royan. Debería quizás añadir a esto el ciclo El río del tiempo de Fernando Vallejo, que descubrí en España y me deslumbró. Lo que es extraño es que después de haber concluido esta, que es la tercera o cuarta versión de País sin nombre, leí otra novela de un colombiano que habría debido incluir aquí si la hubiera leído antes, pero no fue así. Me refiero a Sin remedio, de Antonio Caballero. Otra magnífica novela que tiene algo que ver con la mía.
Es decir, no estás seguro de la madurez.
No sé si con lo que digo respondo a lo que me planteas sobre la "madurez". Lo que quiero poner en evidencia es que si esa madurez existe es porque desde hace tiempo sé lo que quiero (y lo que puedo) hacer en narrativa y eso ha sido trabajado mucho en mi cabeza antes de empezar concretamente a escribir mi novela. Admiro a narradores muy diferentes a los mencionados -por poner solo algunos ejemplos actuales en castellano: Vila Matas, Muñoz Molina, Piglia, Aria, Pitol, Pauls, Fogwil-, pero sé que las obras de ellos no pueden apuntalar mi propio trabajo narrativo. Y quizá la madurez que percibes se encuentre precisamente en esto: en la capacidad para tener claro qué es lo que uno puede o no puede hacer en literatura. Nada más absurdo que meterse en proyectos imposibles, a querer escribir en base a utopías. Eso lo aprendí a través de la frustración total de un proyecto anterior en el que había empezado construyendo esquemas, armando arquitecturas, estableciendo un proyecto preciso de lo que iba a hacer y cómo lo haría. Todo eso se derrumbó por la simple razón de que no correspondía, por un lado, con mis propias condiciones materiales de trabajo y, por otro, con mi personalidad, mi capacidad mi manera de ser y mis verdaderas necesidades expresivas. Fue así que decidí apostar por la libertad, como lo decía antes.
No nos olvidemos de la distancia.
Y paso entonces a la segunda parte de tu pregunta: la distancia frente a lo narrado. Debo decirte, primero, que me gusta que lo hayas percibido (no es el caso de todos los lectores, lamentablemente) porque es una de las bases de mi trabajo, y lo es sobre todo porque trato temas muy directamente ligados a mi vida y a la de otra gente de mi generación. Como en la saga de los tres mosqueteros, mi novela hubiera podido titularse "treinta años después" ya que el factor tiempo es una de las formas de la distanciación. Y a lo largo del libro el narrador, Javier Rosales, insiste en que hace un ejercicio de memoria para recordar y explicarse lo ocurrido en su vida tres décadas antes y lo hace a sabiendas de que su memoria es frágil y que a menudo lo traiciona. Y entonces inventa. Es incluso consciente de que hasta cuando recuerda hace ficción, porque el recuerdo es de por sí una reconstrucción mental de hechos irreproducibles. Ahora, en el momento de narrar, Rosales juega a romper esa distancia temporal y a menudo recurre al presente para narrar hechos ocurridos treinta años antes. Otra de las formas de distanciación en mi novela es geográfica. Rosales recuerda en París y a veces se lo recuerda a sus posibles lectores, a los que les entrega incluso información sobre cosas que ocurren mucho después de lo que constituye el núcleo de lo narrado y sobre su propia situación en el momento de escribir. Ese es otro de los recursos de los que me serví para establecer esa distancia que has percibido muy bien. Hay dos más: uno, no situar la novela en un lugar geográfico e histórico concreto y dejar que sea el lector quien imagine dónde y cuándo ocurre lo que ocurre en la novela. Y dos: recurrir al humor, a la ironía, a la irrisión, y ser bastante burlón, empezando el narrador en ello por sí mismo. Hay en País sin nombre una carga emocional tan fuerte que sin recurrir a estas armas no la hubiera podido escribir. Debo decir que incluso así fue a veces una experiencia muy dolorosa.
No sé si has escuchado lo de “novela de poeta”, que lo relacionan más al trabajo sobre la intensidad en cuanto al lenguaje, la elaboración de imágenes, signado por una especie de desorden estructural... En tu novela el lenguaje no es más que funcional y su estructura es coherente, y la fuerza se enfoca en lo que cuentas, en especial en los párrafos, por decirlo de alguna manera, que tienen mucho de lo anecdotario.
Sí he escuchado o leído que la mía sería una "novela de poeta", pero debo confesar que no sé muy bien qué se quiere decir exactamente con eso. Si con esa denominación se quiere precisar que el autor ha escrito también poesía, es verdad y no hay más vuelta que darle al asunto. Si lo que se está diciendo es que la novela está plagada de referencias poéticas, que incluye versos, fragmentos de poemas, ejercicios de admiración a diversos poetas y que una parte importante de sus protagonistas son poetas, pues sí, es verdad también y no tengo nada que añadir. Me temo, sin embargo, que esa denominación esté queriendo decir que se trata de una novela que no respeta ciertas "normas" preestablecidas del género y, en ese caso, sí me opongo totalmente a ella, porque eso no se debe para nada al hecho de que sea yo poeta o no sino, como lo explicaba antes, a una reflexión personal sobre lo que es el género novelístico y la reivindicación de la libertad como base para la construcción del libro. Quizá esta sea la ocasión dada para precisar que ceñirme a tal o cual género no es algo que me preocupe demasiado.
¿No te interesa entonces en qué registro esté escrito el texto?
Poco me importa si un libro es prosa, poesía, teatro, ensayo o lo que sea. Para mí un libro es un libro y es desde ese punto de vista, y al margen del género en el que se le inscriba, que me interesa o no. No creo en ningún tipo de pureza, es más, la pureza me horripila no solo en la literatura y en las demás artes que frecuento como "consumidor" (cine, teatro, danza contemporánea, performance, artes plásticas), sino también en la vida misma. Lo que escribo es conscientemente híbrido. Lo es País sin nombre, pero ya lo eran antes mis dos libros "poéticos": Curriculum mortis y Ciudad del infierno. Alguna vez un crítico mencionó la presencia de lo prosaico en mi poesía, ahora algunos hablan de lo poético en mi narrativa. Eso a mí ni me va ni me viene y me hubiera gustado incluso que País sin nombre se hubiera publicado sin anunciar desde la carátula que se trata de una novela. Lo que sí reivindico es el carácter fragmentario del libro: se trata de una serie de fragmentos que se van pegando unos a los otros y van dando una imagen -subjetiva, por supuesto- de una época en sus múltiples y diversas manifestaciones: política, sexo, relaciones familiares y amistosas, vida literaria, bohemia, etc. La idea final, la que termina por estructurar el libro, no la da el autor -yo-, ni el narrador -Javier Rosales-. Esa es tarea de los lectores.
Imagino que te han dicho que País sin nombre es una novela ambiciosa. ¿Desde el momento que la escribiste pensaste que sería extensa? Cuéntame de su proceso.
Nunca supe qué extensión iba a tener pero sí que tendría la extensión que se necesitara para poder transmitir el universo que estaba en el proyecto desde un inicio. En verdad, en una versión anterior tenía como cien páginas más, y toda una parte constituida por fragmentos en los que el narrador hablaba de las relaciones con su madre en aquellos años (de mediados de los sesenta a mediados de los setenta, puedo decirlo aquí aunque en el libro no se diga: tampoco es que sea un secreto). Todo eso ha pasado a otro libro en el que estoy trabajando ahora, de la misma manera como algunos elementos de mis libros anteriores, ya publicados, han reaparecido en éste.
Te dejaste llevar. No escribiste bajo la idea de que el libro sería ambicioso…
¿Sabía yo que era ambicioso? No lo creo porque de saberlo me hubiera paralizado. Sabía lo que quería narrar, las cosas "secretas" que quería poner en evidencia, y las condiciones materiales que tenía para hacerlo. Para decir las cosas claramente debo señalar que meterme en un proyecto así solo fue posible a partir del momento en que dispuse de un tiempo concreto y repetido que podía consagrar a realizarlo. Yo vivo en Francia, en París, desde hace mucho tiempo y para ganarme la vida he hecho trabajos de diverso tipo pero, principalmente, he debido resignarme a ser profesor -sin vocación- de lengua y cultura española y latinoamericana en centros de enseñanza superior y también, durante estos últimos veinte años, a ser periodista de temas culturales en Radio Francia Internacional y hacerme cargo de un equipo de colaboradores con todo lo que eso implica. Estas labores alimentarias, que siempre he querido hacer de la mejor manera posible, me han ocupado por eso mismo gran parte de mi tiempo e impedido emprender proyectos "ambiciosos" como País sin nombre. Felizmente, cuando fue primer ministro el socialista Lionel Jospin, se dio una ley de reducción del tiempo de trabajo mensual, lo que me permitió automáticamente recuperar un cierto número de horas libres. Esas horas libres las dediqué durante unos años a la escritura de País sin nombre (que aún no se llamaba así) y a su posterior corrección, hasta llegar a la versión que ha salido publicada por Mesa Redonda en Lima. Entre la primera versión y esta hay muchas diferencias y muchísimo trabajo de corrección. Por mencionar algo: en un comienzo era un solo flujo, una especie de monólogo interior casi sin párrafos y sin capítulos. Ahora ya no es eso para nada.
No solo yo, sino varios lectores están empezando a tejer lazos con Los detectives salvajes. Digamos que fue escrita bajo ese árbol mayor.
Es verdad que existen lazos subterráneos entre País sin nombre y Los detectives salvajes. Para mencionar solo dos: en ambos casos se trata de narraciones extensas plagadas de poetas, en ambos casos hay personajes de ficción que el lector puede tratar de vincular con personajes de la vida real. A eso se puede añadir que se trata de novelas construidas en base a los principios de libertad y de acumulación de los que hablaba antes. Ambos libros son también híbridos desde varios puntos de vista y poseen tal vez un espíritu común que no es ajeno al hecho de que Roberto Bolaño y yo fuimos amigos cercanos durante los años en que ambos coincidimos en México. Ese espíritu común es, creo, eso que el mismo Bolaño llamó "infrarrealismo" y que luego, en la ficción, transformó en "realvisceralismo". De algún modo, se trata de contar la historia, el tiempo y sus avatares, desde los pequeños acontecimientos, el anecdotario de la vida, si se quiere, de personajes que no se encuentran en el centro sino en los márgenes, tanto por razones económicas como porque han decidido jugarse la vida en dos campos que en los países capitalistas (y aún más en los subdesarrollados, para utilizar una palabreja que todo el mundo parece haber olvidado) forman parte de la periferia. Y esos campos son, por un lado, la poesía, el arte, la creación, y, por otro, la política con fines revolucionarios. No se trata, pues, de oficios integrados plenamente en la vida de las sociedades sino de oposiciones radicales, frontales, a dichas sociedades…Ya que me pides buscar lazos con Los detectives salvajes menciono esos pero debo precisar que en ningún momento la novela de Bolaño fue un punto de referencia para mí, como sí lo fueron, en cambio, otras que mencionaba anteriormente. La "hermandad" con Bolaño, con Mario Santiago y con otras manifestaciones literarias de Latinoamérica son puestas en evidencia en mi novela a través de las citas tanto en exergo como al interior mismo del texto narrativo. No he querido esconderlas sino, al contrario, hacerlas visibles. Pero Los detectives salvajes y País sin nombre son muy diferentes entre sí, lo cual no es el caso de otras novelas que se han escrito calando los pies en las huellas dejadas por Bolaño. Son muy diferentes, digo, y hasta contrarias en muchos aspectos. Para decirlo rápidamente, Bolaño escribe Los detectives salvajes aún desde la ilusión (2666 será diferente) mientras que País sin nombre habla de la pérdida de las ilusiones. Yo diría, aunque parezca pretencioso, que se trata de libros complementarios que quizá tienen en común también, un humor burlón y malicioso. Otra diferencia importante: la novela de Bolaño está construida alrededor de una intriga: la búsqueda de una poeta estridentista desaparecida, la mía evita toda intriga y lo que va a ocurrir en el último capítulo se sabe ya desde el primero. Pero, sí, a pesar de que son diferentes, hay lazos subterráneos entre Los detectivas salvajes y País sin nombre.
El protagonista Javier Rosales es tu alter ego. Creo que en eso no hay muchas vueltas que darle. Y queda claro que el componente de su configuración es la memoria, guiado, es mi impresión, hacia un ajuste de cuentas generacional, que no solo va de sus inquietudes literarias, sino también hacia las convicciones políticas y amorosas (sexuales).
Mira, yo no sé sinceramente si Javier Rosales es mi alter ego, aunque a ti y quizá a otros lectores les parezca eso evidente. A mí no me lo parece tanto. Después de pasar tantos años juntos y andar aún ahora con él de un lado a otro, sé que no pienso necesariamente como Javier Rosales, no comparto todas sus obsesiones ni sus temores, no soy tan hepático como él y tengo una relación bastante más reconciliada con el país en que nací que lo que él la tiene con el "país sin nombre". Sin embargo, puedo imaginar que ese personaje, cuyo nombre tiene las mismas iniciales que el mío, me quede incrustado en la piel como si fuera yo mismo. Yo soy José Rosas Ribeyro -JRR- y él Javier Rosales Riquelme -también JRR-, pero muy cerca de mí han habido otros JRR que he frecuentado y a los que quizá -es una hipótesis- este personaje les deba algo, ¿no?: Julio Ramón Ribeyro, Juan Ramírez Ruiz, por ejemplo. Lo que sí es verdad es que gran parte de lo que le ocurre concretamente a Javier Rosales me ha ocurrido a mí, empezando por la deportación que se narra en el primer capítulo y en el último y la acusación de traidor a la patria. Además, yo en mi juventud fundé y dirigí revistas literarias, fui militante de diversas organizaciones de izquierda y también funcionario en algunas dependencias estatales. De eso no cabe duda alguna. La filiación es menos evidente, creo, en cuanto a pensamiento y psicología: en eso sí que no soy Javier Rosales, o lo soy sólo en parte… En tu pregunta hablas de un "ajuste de cuentas" mío en relación a mi generación. Sí, quizá pueda tomarse así pero, sinceramente, no ha sido mi intención hacerlo. No me gustan las personas que se la pasan dando lecciones a los demás sin mirarse previamente ellos mismos ante el espejo. Y yo, en País sin nombre, no asumo nunca esa postura. Si Javier Rosales tiene cuentas que ajustar con alguien es consigo mismo y él es completamente consciente de que lo que hizo en su juventud es únicamente responsabilidad suya. Es solamente a partir de esta dura crítica de sí mismo que se permite la mirada crítica hacia los demás. Mi generación fue la de las grandes ilusiones, la que creyó que el mundo sería, después de ella, mucho mejor, pero fue también la que cerró los ojos ante la Historia y terminó metiendo la pata tal como la habían metido tantos antes. Yo trato de abarcar en mi novela estas dos vertientes y no quedarme, como se hace a menudo, en un retrato nostálgico, complaciente. Para mí la novela es una mirada crítica y despiadada del mundo, sino no tiene sentido, o lo tiene como producto comercial tipo Isabel Allende y tanta novela light que nos venden ahora por todas partes. Yo no escribo para que me quieran mis amigos, como suele decir García Márquez, sino porque necesito hacerlo para saber quién soy, quién fui, y cuál ha sido mi lugar en el mundo. No me interesa la nostalgia, el amiguismo, el todos fuimos bacanes y qué bello y generoso fue lo que hicimos. Me interesa, en cambio, ir a buscar en los lados oscuros de la vida en nuestras sociedades que son esencialmente hipócritas, decir lo que no se dice, revelar lo que se esconde, resquebrajar los mitos encerrados en búnkers de silencio. Y eso porque creo que es mejor vivir con los ojos y el corazón abiertos que con una venda en los ojos y el corazón petrificado o convertido en melcocha.
Hace un momento di a entender que País sin nombre encierra muchas tradiciones, como la de las novelas de aprendizaje, por ejemplo; las de aventuras también… Hace un rato te hice referencia a la novela de Bolaño, pero me gustaría saber cuál ha sido el libro que más ha influido en la gestación de este proyecto.
Quizás valdría la pena aportar aquí algunas precisiones. Con Fernando Vallejo comparto el rechazo casi visceral del narrador omnisciente. Soporto muy mal a quienes a estas alturas de la época siguen narrando desde la postura de Dios. Para mí una novela es la confrontación de un hombre, el narrador de la misma, con el mundo que le rodea, pero un mundo que conocemos a través de la propia versión de él, versión que se deriva por cierto de sus experiencias personales, sus lecturas, etc. Con Thomas Bernhard comparto la necesidad de que en la novela (en toda literatura) esté encarnada un cuerpo, diversos cuerpos. Una novela es un cuerpo, el del narrador, confrontado con otros cuerpos de las formas más diversas y variadas, de allí la importancia en ella de la sexualidad. Y con el Guillermo Cabrera Infante de La Habana para un infante difunto comparto esa cosa lúdica, juguetona, irónica, a la vez trágica y ligera, que es contar la historia no desde los grandes hechos sino desde las "anécdotas" que pueden parecer intrascendentes pero que, al entrelazarse, proponen una mirada de una época, una mirada subjetiva, por supuesto. Voy a confesarte algo: cuando empecé a escribir esto, utilizando el tiempo libre ganado debido a una ley reformadora, como lo explicaba antes, no sabía exactamente lo que estaba haciendo. Sabía que necesitaba hablar de esos años duros, años de plomo, violencia, ilusiones y esperanzas, y años también de fracasos, muertes por doquier, suicidios disfrazados de heroísmo, pérdida de las ilusiones y de las esperanzas, en suma, en mi caso personal, aprendizaje de la lucidez y rechazo del pensamiento mágico y la ceguera voluntaria. Pensé que escribiría una memoria histórica, es decir, que haría con los años que corresponden con mi juventud algo parecido a lo que había hecho en mi tesis doctoral en Historia, que es una especie de reconstrucción de las ideas y las prácticas anarquistas en México entre finales del siglo XIX y comienzos del XX. Pensaba, pues, contar la generación del 68 con ojos críticos de historiador, y fue así como empecé. Quien me hizo cambiar de orientación fue Cabrera Infante, cuando leí la novela que menciono antes, y extraje de ella la frase que me sirvió un poco como guía para mi trabajo: "Le soy fiel a mi memoria aunque mi memoria me sea infiel".
Ahora, nos topamos también con muchos registros dentro de tu texto, cada uno de ellos no se resiente, y en esto creo que le debes mucho a tu condición de poeta y, en gran medida, a tu faceta de periodista.
La diversidad de registros corresponde exactamente con la idea que tengo de la novela: un espacio de libertad -ya lo decía antes- en el que cabe introducir todo tipo de lenguaje y no solamente aquel reputado como "literario" o "narrativo". Sí, la poesía está muy presente en País sin nombre, pero lo que hago no tiene nada que ver con la "prosa poética". El lenguaje político también lo está pero no creo que pueda decirse que se trata de una novela política, como lo está también un registro erótico que podría incluso ser calificado de "pornográfico" debido a la crudeza con que se presenta el acto sexual, pero no es para nada una novela pornográfica. Aparecen incluso en la novela crónicas que algo tienen que ver con el periodismo, fragmentos redactados como si fueran partes de un diario íntimo o de un intercambio epistolar. Como escribo desde el yo y el narrador mío no es omnisciente, me sirvo de esa diversidad de registros para compensar el hecho de que todo es contado en la novela desde la visión subjetiva de Javier Rosales. A eso hay que añadir lo que dices, y que es cierto: comencé muy joven escribiendo poesía, mis libros anteriores se inscriben dentro de ese género aunque, insisto, son en su esencia híbridos; poemas míos aparecen en las antologías más importantes publicadas en el Perú y en algunas de afuera (Escobar, Oviedo, González Vigil, Guillén, Ollé) y quienes me conocen en el Perú me consideran poeta. Es verdad también que durante gran parte de mi vida -y hasta hoy- he trabajado en el campo del periodismo y aunque también he sido profesor, creo que hay más en la novela que remita al periodismo que al mundo académico. Yo no he sido nunca un periodista de esos que cubren la actualidad día a día. Mi práctica del periodismo tiene más que ver con el comentario crítico, la crónica, el reportaje y eso que en Europa se llama magazine, o sea, una mezcla de todas esas modalidades del periodismo desligado de la noticia cotidiana. De todas formas, más allá de la diversidad de registros que empleo, toda la novela está alimentada por experiencias personales de diverso tipo, la mayoría de las cuales las he vivido yo. Y de allí proviene también, por ejemplo, el registro tan particular del lenguaje político de izquierda que ocupa un lugar importante también en la novela. Ya decía antes, creo, que yo no pienso siempre como Javier Rosales o Rosales como yo, pero que muchas de sus experiencias vitales las he vivido yo de manera directa o indirecta, o sea, como actor o como testigo.
Otro de los tópicos presentes es el erotismo. Por momentos, creía que este era el tema central de País sin nombre.
Yo me pregunto también, como tú, si el tema central de la novela no es el sexo. Y casi estaría tentado a responder que sí. La vida universitaria y sus conflictos, la militancia política, la vida familiar, la vida literaria y la bohemia, la vida laboral, todo está marcado por el sexo. Eso no es, creo, gratuito. Ya decía antes que todo lo narrado en País sin nombre ocurre entre mediados de los años sesenta y setenta, es decir, los años de la gran revolución sexual que sacudió al mundo de la mano de los movimientos juveniles, democráticos, revolucionarios y feministas. Del mayo francés nos llegaron "el prohibido prohibir" y el mensaje de vivir a fondo sus deseos, el movimiento hippie nos decía que había que hacer el amor y no la guerra y los laboratorios farmacéuticos pusieron a disposición de nuestras compañeras y amigas los productos anticonceptivos. Recuerdo que circulaba incluso, de manera experimental, una inyección anticonceptiva cuyo efecto era de un año y que algunas de las osadas muchachas que compartían con nosotros la desordenada vida de todos los días que era la nuestra, se inscribieron para poder utilizarla. De eso también habla la novela y en ella aparece, casi como un leitmotif, una frase de la pieza Marat-Sade de Peter Weiss que dice: "y qué sería de la revolución sin una gran copulación". Eso fue como un mantra que, de un lado al otro del continente, nos fuimos apropiando según esa obra iba siendo representada en uno y otro país. El "país sin nombre" es también el país de la liberación sexual, eso explica que el sexo esté tan presente en la novela. Recuerdo que un día, conversando con Santiago Roncagliolo en la ciudad de Biarritz, al suroeste de Francia, me decía que él tenía la impresión, según diversos testimonios, de que en los años sesenta "no se cachaba" (es la expresión que utilizó) y que alguien como Javier Heraud habría muerto virgen. Yo no sé si eso es verdad o no, aunque tiendo a creer que no. Pero lo que sí sé es que unos años después estalló un frenesí sexual en una parte de la juventud latinoamericana, y que aquí en Lima, en el mundillo de la literatura y del arte, los jóvenes poetas, narradores, pintores, etc. les decíamos a las chicas que si no hacían el amor no eran "cronopias" sino "famas", utilizando las terminología inventada por Cortázar. Muchas chicas no querían ser famas y afirmándose como "cronopias" se entregaban con mucha libertad a los placeres del amor físico. Como tú lo dices: es este tal vez el eje central de mi novela.
¿Y tus maestros literarios del erotismo?
Algunos de mis autores preferidos escriben con una fuerte carga erótica: Eielson, Moro, Miller, Bataille, Genet, Goytisolo, Nin..., por citar solo algunos nombres que me vienen casi sin pensar a la cabeza. A ellos tendría que añadir, por ejemplo, escritoras en lengua francesa, que quiero mucho, como Grisélidis Real, Christine Angot y Virginie Depentes, en cuyas obras la sexualidad es muy importante.
¿Con esta entrega abres una nueva etapa en tu producción literaria, asociada, como sabemos, a la poesía?
Ya te decía antes que lo de los géneros no es algo que me preocupe. Yo escribo, sin disciplina, no todos los días, no en cualquier circunstancia, y lo que escribo se convierte después -o no- en libros. He publicado poco porque no es algo que me obsesione. Como decía alguien que en algún momento de su vida fue un buen poeta: "escribo para calmar mis nervios, casi por necesidad". Y yo, desde hace muchos años, "calmo mis nervios" sobre todo con textos narrativos y con un diario que ya tiene unos treinta años de existencia y decenas de libretas llenas de apuntes escritos a mano con mi horrorosa caligrafía. Trabajo también en un libro, que debe estar listo el próximo año, que se titula No recomendado para señoritas. Es híbrido también, como los otros, pero lo esencial de él, el eje central, son unas narraciones de mujeres a la primera persona, unos monólogos si se quiere. Me dirán que es un libro de cuentos, y qué se va a hacer, habrá que aceptar la denominación aunque yo detesto las recopilaciones de cuentos… Por otro lado, está el diario propiamente dicho, que se titula, de manera general Los días ordinarios y que, de volumen en volumen, lleva cada uno un subtítulo propio. Ya tengo debidamente preparados tres volúmenes, que espero publicar un día de estos, aunque en el Perú los diarios no parecen interesarle a nadie. Será porque hasta ahora el único que se conoce que haya constituido con su diario un auténtico proyecto de escritura es Julio Ramón Ribeyro con La tentación del fracaso. Yo de mi diario solo he dado a conocer hasta ahora algunos fragmentos en revistas españolas, mexicanas y peruanas. Y así como Ribeyro extrajo de su diario los textos que incluyó en sus magníficas Prosas apátridas, yo extraigo de mi propio diario los textos que serán difundidos después como poesía. Con esos textos vengo construyendo un librito que se titulará Contemplaciones, el cual estuve tentado de publicarlo ya, ahora, durante esta estadía en Lima. Pero no, lo haré reposar todavía un poco más. A todo esto hay que agregar que, si Dios me presta vida (es una broma), mi próxima novela (¿novela?) será una especie de continuación de País sin nombre, con la cual constituirá un díptico. Ocurre en México y ya tiene título: Un mundo al revés. Ah, ya me olvidaba: también quiero reunir en un libro misceláneo mis crónicas, artículos, entrevistas, versiones, polémicas, reportajes, realizados para revistas impresas y virtuales de México, Perú, Francia y España. Se titulará como el espacio que tengo mensualmente en la Bitácora de El Hablador: El búho insomne. Conclusión: ¿soy poeta?, ¿soy narrador?, ¿soy diarista?, ¿soy cronista? No lo sé, quizá un poco de todo, como ese otro gran escritor que admiro: Max Aub. En todo caso, soy alguien que escribe y que con lo que escribe arma libros. Eso es, finalmente, lo único que a mí me importa.
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