Fuente: LaFortalezaDeLaSoledad
No tengo duda alguna: la producción literaria en Perú de 2011 queda signada por la irregularidad. Y lo confieso: por varios (demasiados) días pensé no hacer recuento, puesto que solo me bastaba con la sección En la yugular. Como estoy a años luz de la dimensión de trabajo de otros críticos peruanos, este recuento no será un catastro, sino que en él daré cuenta de las publicaciones que merecen ser incluidas, solo las que me gustaron o parecieron interesantes, en Novela, Cuento y Poesía.
Por este año, no van las antologías, ni reediciones (aunque doy cuenta de una, pero no (¿?) del genial poemario Ruda de José Cerna), tampoco las ediciones conmemorativas.
Agradezco (porque acabo de recordar que llevo años sin hacerlo) a las editoriales y autores que me hacen llegar sus publicaciones. Si no aparecen aquí, bien, si no, el mundo no se acaba.
Novela:
Por varios kilómetros de distancia, sobresalen Hombres de mar de Óscar Colchado Lucio y Una pasión latina de Miguel Gutiérrez.
Con la nueva entrega de Gutiérrez me pasó algo extraño: leí la edición con fallas, la que Alfaguara, con buen tino, retiró del mercado y de esta forma enmendar el error en el menor tiempo posible. Esa edición estaba llena de erratas y detalles aberrantes. Aún así, Gutiérrez nos entregó una muy buena novela que nos hace olvidar la irregular Confesiones de Tamara Fiol. (Miguel, hasta con erratas te almuerzas a tus detractores) Muchos esperábamos la nueva novela del autor de Rosa Cuchillo. En Hombres de mar, Colchado demuestra que su prestigio de narrador está muy bien ganado. Colchado esperó el tiempo suficiente, más de diez años, para publicar una más que interesante historia de largo aliento que no llega a superar su referencial novela antecesora. Creo, y ojalá me equivoque, y por el bien de la difusión que este autor merece, y saliéndome un toque de lo literario, que Colchado debería ser más abierto, saber “vender” mejor su libro. Tampoco pido que sea jovial y anecdótico en las entrevistas, para esos fines tenemos al siempre cumplidor Fernando Ampuero, pero queda en evidencia, una vez más, que los libros en Perú no se mueven solos.
Otras novelas que merecieron mi atención fueron País sin nombre de José Rosas Ribeyro, El peruano imperfecto de Ampuero, La fauna de la noche de Sandro Bossio, La descarnación del verbo de José Donayre y La noche americana de Luis Hernán Castañeda.
Tendrá que pasar un tiempo prudencial para valorar la ambiciosa novela de José Rosas Ribeyro, que pese a aparentes desórdenes de estructura, sus páginas supuran una intensidad vital y sexual que se agradece. Empero, la intención de escribirla en clave es lo que principalmente atenta contra su proyecto. Eso lo hizo Bolaño y otra gente más, pero RR es un buen escritor, no es Bolaño. Por eso, como ya señalé, cuando las aguas se calmen País sin nombre se levantará sola, sin las impresiones originadas por la lectura entre líneas.
No pocos pensaron que desde que salió de El Comercio, la carrera literaria de Ampuero no iba a tener la pegada en prensa que le conocíamos. Pero salir de ese diario fue lo mejor que le pudo ocurrir a Ampuero como escritor. El peruano imperfecto no es su mejor obra, ni hablar, pero sí nos demuestra, una vez más, su pluma diestra y precisa para contar lo que sus muchos seguidores quieren: una historia divertida. Pero esta novela es también el ejemplo axiomático de que el autor jamás debió salir del terreno que domina: la distancia corta.
Deberíamos prestar aún más atención a Sandro Bossio. Escritor serio y con formación literaria. La fauna de la noche sería un motivo más para catalogarlo como uno de los principales nuevos narradores peruanos. Él ya tiene varios reconocimientos en su haber, pero aún le falta conquistar la “otra literatura”.
Los que seguimos a José Donayre hemos leído el que a la fecha es su mejor libro: La descarnación del verbo. Novela que provoca, escrita en clave, con harto humor e ironía, en el que a lo mejor más de un personajillo de la aldea literaria peruana se verá reflejado, y con justicia.
Creo haber sido el único al que le gustó El futuro de mi cuerpo, al menos esa es la impresión que me dejaron las respuestas de las personas a las que pregunté por la anterior novela de Luis Hernán Castañeda. Con La noche americana el hacedor de Casa de Islandia se afianza como una pluma relevante. Además, Castañeda se acerca, de a pocos, a lo que en su momento declaró, algo más o menos así: “ya cumplimos con el lenguaje, ahora nos falta contar la historia”, declaración hecha en El Peruano a razón de Fotografías de sala.
Toda una revelación, por ambición y sarcástico afán de polémica: Francisco Joaquín Marro con Sol de Tokio. Y el paso firme de Ulises Gutiérrez con Ojos de pez abisal.
Novela corta
Aunque no es una novela nueva, sino una reedición (y qué importa si lo sea): La colina de los árboles de Carlos Calderón Fajardo. Publicada en 1981 y que muchos creíamos secreta. No hay más que decir: CCF era un grande desde sus comienzos. Si no me crees, piensas que soy exagerado, pues Thays es la voz autorizada. Aquí. Este autor también nos ha entregado dos novelitas de sumo valor: La ventana del diablo y La vida íntima de Gregorio Samsa. Y claro, celebro el regreso a la literatura de Daniel Soria y su más que recomendable Monólogo en blancohumo.
Cuento
Sin duda, el libro de cuentos de 2011: Están quemando el silencio de Carlos Schwalb.
Y aplaudo los avances cualitativos de Katya Adaui con Algo se nos ha escapado, la proyección de Martín López de Romaña con El descubrimiento del ruido y la consolidación de Miguel Ruiz Effio con Un hombre distinto (por cierto, a este autor le ruego que mate ya esa extraña “fama” de concursógrafo). Hay, obvio, varios autores que se dieron a conocer, y me inclino por el arequipeño Jorge Monteza y su Sombras en el agua.
Poesía
Lo más destacado ha recaído en los llamados poetas jóvenes, por decirlo de alguna manera. Aún así, y como ya se ha anotado en otros recuentos y reseñas, no me queda la más mínima duda de que Berlin, de Victoria Guerrero, es el poemario más consistente publicado en 2011. Pero también encontré tres poemarios que debieron gozar de más atención: Gamaliel y el oráculo del agua de Boris Espezúa, Codex de los poderes y los encantos de Martín Rodríguez-Gaona y Bástate alegría de Luis León (“el demonio de los recitales”).
Ya sea para bien o para mal, sigo con solapada atención la poesía peruana escrita a partir de 2000. Y pese a la presencia de contados nombres importantes, debo que decir que estamos en nada, cuando me acerco a sus poemas quedo con una sensación de vacío y frivolidad, que me lleva a especular que los nuevos vates ejercen una suerte de parricidio, tan necesario para todo proyecto creativo, que parte de la más estulta de las ignorancias, al parecer no les importa conocer nuestra tradición (de hecho, una de las mejores en el imaginario en lengua castellana), prefieren leer más a Pizarnik que a Adán, por ejemplo; o en todo caso se sacan la mierda por invitaciones a determinados festivales de poesía, publican con el afán de aparecer, aunque sea del estribo, en alguna nota de prensa. Pese a esta triste realidad, no puedo ser ajeno a algunos poemarios que me han demostrado algo más, los que, sin ser una maravilla, me han deparado, en determinados versos, un sentimiento de confrontación y reconciliación conmigo mismo: El elegido de John Martínez, Ágape de los espectros de Félix Méndez, Miniaturas postales de Rocío Fuentes, Pequeño estudio sobre la muerte de Martín Zúñiga, Ruido Blanco de Mario Pera, Latitud de fuego de Andrea Cabel, Estrellas en sexo de caracol de Gavril Prinzip y Piedralaventanaelcielo de Pablo Salazar Calderón.
Y por último, una estupenda compilación de una voz mayor: Poemas simplistas de Alberto Hidalgo, que cuenta con un excelente prólogo, “Alberto Hidalgo, el simplista”, del narrador español Juan Bonilla. Aquí nos encontramos con los poemarios Química del espíritu, Simplismo y Descripción del cielo.
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