domingo, 5 de febrero de 2012
"Thays (y el ) apanado", por Gustavo Faverón...
Luego del cargamontón estúpido contra Ivan Thays, un artículo de Gustavo Faverón que pone en su sitio a los chauvinistas culinarios y sus semejantes. Ah, lo olvidaba : el pisco no es de mi predilección. Carajo, ahora soy menos peruano.
FUENTE: Gustavofaveron.blospot.com
En medio de esta especie de callejón oscuro post-kindergarten al que varios miles (no exagero, varios miles) de peruanos han sometido a Iván Thays debido al horror de haber confesado en un blog que a él la comida peruana le parece mala, pesada y poco menos que insoportable, no han faltado los típicos matones de balcón que le han espetado un muy peruano "y éste a quién le ha ganado" o un no menos peruano "qué cosa ha hecho éste por su país" (ambas cosas dichas casi siempre por personas que tendrían grandes problemas para responder esa pregunta si estuviera dirigida a ellos mismos).
Yo sé que cada vez que hablo positivamente en favor de un amigo no falta el vitriólico que me acusa de argollero (como si la actitud moral transparente fuera hablar mal sobre los amigos). Me importa un pepino. Mejor aun: me importa un pepián. Igual digo lo que pienso y lo que pienso acerca de esas dos cosas es lo siguiente: Iván Thays administra desde hace muchos años el blog literario más leído e influyente de todo el mundo hispano. Gracias a ese blog, una inmensa cantidad de escritores, lectores y estudiantes de literatura peruanos están mucho más al día con la literatura contemporánea de lo que podrían estar si Iván no se diera ese trabajo, que, hasta donde sé, no le genera ingreso alguno.
Pero ese mismo blog ha hecho que, en todo el ámbito hispano, una gran cantidad de escritores peruanos, sobre todo escritores jóvenes, se hagan conocidos fuera del mercado lector nacional, y a estas alturas es simplemente imposible calcular cuántos escritores peruanos han tenido la oportunidad de publicar en revistas extranjeras, ser leídos más allá de nuestras fronteras, ser invitados a congresos o a conferencias, ver sus libros editados o distribuidos fuera del país, etc., gracias a la tribuna que el blog de Iván les ha dado. El mismo Iván mantuvo por muchos años, en el canal estatal, el único programa televisivo peruano dedicado exclusivamente a la literatura, otra tribuna que no habría existido si no hubiera sido por su esfuerzo personal.
Yo sé que en la mente de la mayoría de los peruanos ninguna de esas cosas es tan loable ni tan admirable como, por ejemplo, abrir un restaurant en la avenida La Mar o fundar una feria gastronómica para el goce de la clase media limeña. Pero hay retrógradas, pasatistas y anticuados como yo que pensamos que es infinitamente más encomiable, porque la producción de arte y cultura, y la producción de literatura en particular, son una espina dorsal en el cuerpo de cualquier nación, una que ninguna industria puede reemplazar o debería desplazar. Nuestra literatura es uno de los espacios donde, por ejemplo, podemos repensar, evaluar y sopesar la violencia de nuestra historia reciente. No he visto el plato novoandino que me permita hacer algo parecido. Sí he visto, en cambio, a muchos limeños que prefieren tener la boca llena de tamalitos antes que sentarse a conversar sobre las heridas aún abiertas en el país.
Sé con pleno conocimiento de causa que muchos escritores jóvenes le deben buena parte de su carrera a la generosidad de Iván; probablemente no haya, con la excepción de Oswaldo Reynoso, un autor de generaciones anteriores que sea tan crucial para el crecimiento de la última generación de escritores peruanos como Iván Thays: no en los términos imposibles de mensurar de la influencia literaria o la emulación, sino en los términos concretos que sólo pone sobre la mesa quien da consejo, instruye, forma, difunde y apadrina a los más jóvenes. Eso no es habitual en la literatura, un mundo donde más frecuentes son el egoísmo y la confabulación y la mezquindad.
De nuevo: entiendo que para la mayoría de los ciudadanos de un país donde los índices de lectoría son paupérrimos, la industria editorial es enana y defectuosa y el amor por el conocimiento ha sido desplazado por diversas formas de chauvinismo e incluso de orgullo por la ignorancia, ese lado del trabajo de Iván le resulta a la mayoría irrelevante y secundario y, en cambio, su desafecto por la comida peruana (nuestro nuevo gran valor nacional), se convierte en detestable e imperdonable. Tengo problemas para aceptar que estemos permitiendo con tanta facilidad ese ridículo enrevesamiento de valores: si mañana un ministro de Educación borrara a Arguedas de los currículos escolares no provocaría un escándalo tan grande como el que provocaría una asociación de restaurantes que borrara el lomo saltado de su menú. De hecho, la privatización del plan lector ya dejó, en la práctica, los currículos de lectura de los colegios en manos de comerciantes a los que poco les importa el contenido de los libros que venden, con tal de poder venderlos. Y el escándalo, oh sorpresa, no se ha producido.
Hay algo francamente terrible en una sociedad en la que, de pronto, para que un pintor sea apreciado tiene que dedicarse a dibujar afiches monótonos, comercialones, repetitivos, insignificantes y decorativos; para que un escultor se vuelva célebre tiene que diseñar adornos y lamparitas, todos idénticos; una sociedad en la que lo banal es siempre más apreciado que lo significativo y en la que el único libro exitoso será el que apele al escándalo farandulero; una sociedad en la que el arquitecto más elogiado es el que haga la casa de playa más cara o el edificio más bonito en San Isidro pero en la que nadie se sorprende de que hayan desaparecido casi enteramente, por décadas, los proyectos de urbanización saludables para las zonas marginales y para los barrios más pobres; una sociedad que dice vivir un boom inmobiliario cuando una cuarta parte de la población vive bajo esteras y otra cuarta parte en el peor hacinamiento; una sociedad que dice vivir un boom de la cocina cuando los niños que mueren por desnutrición se cuentan por millares cada año.
Y eso último nos debería hacer pensar de verdad. Uno lee por todas partes el argumento de que, tras tantos años de pérdidas, derrotas y desencuentros, de pronto el éxito de la gastronomía peruana se ha vuelto un elemento de cohesión, un producto cultural del que todos los peruanos se pueden sentir orgullosos. El problema es que, para que eso fuera cierto, tendríamos que redefinir qué cosa es un peruano, y dejar fuera del círculo a los millones que comen lo que pobremente puedan conseguir y que jamás han puesto ni pondrán un pie en los restaurantes y las ferias que derriten el corazón de los ricos y de la clase media.
Ojalá que el estúpido apanado contra Iván Thays (no pun intended) al menos sirva para que nos pongamos a discutir sobre estas otras cosas, que son las que deberían causarnos indignación. Yo por mi parte sé que la próxima vez que vaya a Lima conversaré con Iván sobre esto, quizás en un restaurant donde yo pueda pedir un ají de gallina e Iván pueda pedir una pizza napolitana sin que ningún atrofiado lo acuse de traición a la patria en tiempos de guerra (culinaria).
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