Este texto, de autoría de Gabriel Ruiz Ortega, fue leído en la Casa de la Literatura Peruana por los 5 años de la publicación de Generación Cochebomba, novela escrita por Martín Roldán Ruiz.
FUENTE: LaFortalezaDeLaSoledad
Lo mejor es empezar por
las verdades contundentes: Generación Cochebomba,
de Martín Roldán Ruiz, quedará como una de las novelas más ambiciosas y
logradas del decenio 2000 – 2010. Novela coral y sucia a la vez. Novela de
historia e historias. Novela de sensibilidad honesta, de esas que aparecen, y
eso, cada generación.
Antes de escribir estas
líneas, me preguntaba por las circunstancias que rodearon su publicación. Al
respecto debo decir que Martín es mi amigo, pero no tengo la más mínima idea de
cómo fue su proceso de edición, lo que sé es que la editó él mismo. Es que
seamos francos, conozco pocos casos de novelas, o libros en general, que se
hayan abierto paso por sí solos. Ni Martín ni su novela recibieron la ayuda tan
característica de la “otra literatura”, la de los contactos en prensa, el
amiguismo del crítico y la mención, previa evacuación en el baño, de
renombrados narradores locales durante una cena.
En los últimos años se
ha venido diciendo que la narrativa peruana debía encontrar nuevos cauces
temáticos y estilísticos. Se pensaba que ya se había dicho todo con el realismo
y sus variantes, que genuinas obras maestras entregó a la tradición narrativa
peruana. Era hora pues de virar el discurso, de nutrirse de autores referentes
de otras tradiciones y rescatando a los peruanos que habían desarrollado una
poética a contracorriente del imperante realismo. Por un tiempo escuchaba a las
nuevas voces referirse a Martín Adán (La
casa de cartón), Gastón Fernández, José B. Adolph, Iván Thays, Clemente
Palma como influencias patentes y latentes. Leía los textos de aquellos
plumíferos y me resultaba evidente que estábamos en una etapa de búsqueda, en
pos de una afirmación con la que no se debía fallar. Hubo buenos saludos, y
claro, algunos exagerados. Más de uno pensó que el realismo había llegado a su
final, y éramos testigos de lo que podría ser la germinación de una nueva
vertiente narrativa, a la que tendríamos que soportar un lustro, por lo menos.
Y así fue…
Una gran novela
realista urbana, publicada a mediados de los noventa, fue, sin duda alguna, Al final de la calle, de Óscar Malca. Obviamente,
consignar este título demandó de este escriba una fugaz criba en su memoria. En
los noventa muchos se lanzaron a publicar libros insertados en el realismo
sucio, los cuales no pocos eran deleznables y el hecho que haya sobrevivido solo
uno, dice mucho, pues quedó el que debió, y encomiendo a los lectores a leerlo
y desprejuiciarse desde ya, puesto que el realismo sucio, o el realismo, sí tuvo
algo que decir, y en lo único que quedó, se dijo mucho. Ahora, a inicios de la
década pasada tuvimos la aparición de la última novela de la calle y el rock,
la hoy novela de culto Nuestros años
salvajes de Carlos Torres Rotondo. Con ella, más de uno le puso un gran
punto final al realismo escrito por los entonces escritores jóvenes.
Cuando creíamos que el
realismo, realismo sucio, realismo urbano, o cómo diablos quiera llamársele,
había muerto, se publicó Generación
Cochebomba. Todavía recuerdo la noche que leí la novela. El poeta Armando
Alzamora me había hablado de ella. “La tienes que leer, Brother”. Y fue el
mismo Armando quien me presentó a Martín en De Grot (ex Negro Negro), una noche
de abril de 2008. Aquella vez se me entregaron la novela y al llegar a casa
empecé a leerla. Me gustó mucho su lectura, se sentía el fuego de la prosa y un
trabajo estructural valioso que pocas veces he visto en autor debutante. En los
meses siguientes llegué a dedicarle al libro más de un post en La fortaleza de
la soledad, mi blog. Y en esto no tiene nada que ver que Martín sea uno de los
líderes centrales del Comando Sur de Alianza Lima, tal y como algunos payasos
decían por ahí.
Hace un momento dije
algunas palabras sobre lo que deberíamos llamar La otra literatura. Como dije, Generación Cochebomba no necesitó de esa
otra manera de sacar adelante una carrera creativa. Esta novela me ha brindado
la posibilidad de experimentar lo que es la justicia literaria. He sido testigo
de la mejor prensa y difusión que un autor puede anhelar: la del reconocimiento
del lector de a pie, del boca a boca que hizo que esta publicación sea
considerada uno de los puntos mayores del realismo en la tradición narrativa
peruana. Estamos, señores, ante un clásico contemporáneo, y sin necesidad de
las recomendaciones de Mario Montalbetti, Julio Ortega y Mirko Lauer, a quienes
debemos los mayores desaciertos sobre autores peruanos en los últimos años.
Ahora.
¿En qué radica la vigencia de Generación
Cochebomba? He pensando en una posible respuesta que haga el amago de
acercarnos a su lozanía y vigor proyectivo. No puedo decir que sea el lenguaje,
en absoluto. El estilo de nuestro autor deviene en funcional, no es
protagonista, como sí en otras novelas y cuentarios que aparecieron en el año de
su publicación. La novela que hoy celebramos no pudo erigirse debido a una
elasticidad estilística, de haber sido estaríamos ante una mariconada percibida
como posera y llevada a puerto desde la distancia, delatada desde las primeras
líneas por su axiomática falsedad. Aquí nos topamos con un destilo duro y más
de las veces conciso, creando de esta manera un aliento poético fiel al mundo
que quiere representar: la de una generación de muchachos perdidos, indecisos
en cuanto al derrotero a seguir en sus vidas, llenos de rebeldía y seguidores
de un anarquismo drogo característico de la época.
Imagino
que Martín es uno y todos los personajes. Y no es lugar común decirlo. Creo que
más de uno de los presentes se ha sentido más que identificado con las varias
sensibilidades plasmadas en estas páginas. He pensando en qué radica la
contundencia de estas múltiples configuraciones. No es novedad que nuestro
autor fue un actor estelar y también de reparto de las correrías diurnas y
nocturnas que nos presenta Generación
Cochebomba, y es en este detalle en donde descansa la fuerza nutricia de la
novela. Generación Cochebomba fue escrita
desde la cercanía y la distancia. La cercanía porque Martín conocía el mundo
del que iba a escribir, de la distancia porque no se adentró en la empresa bajo
el imperio tramposo de la inmediatez acicateada por el entusiasmo. ¿Qué quiere
decir esto? Fácil: la madurez narrativa que se ve en Generación Cochebomba es hija de su madurez personal.
No
es necesario haber sido parte de los ochenta para tener conocimiento de causa
de lo que Martín nos cuenta; no es necesario imaginar si hubiéramos tenido que
decidir entre Sendero Luminoso, la delincuencia y el rock. No tiene sentido
lamentarnos. Solo basta acercarnos a estas páginas y vivir esas vicisitudes en
la experiencia de la palabra, experiencia deparada por los genuinos escritores
de raza.
Muchas
gracias.
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