Año del centenario de José María Arguedas

Año del centenario de José María Arguedas

jueves, 17 de mayo de 2012

María Kodama, viuda de Jorge Luis Borges.


Marñia Kodama, viuda de Borges, está en Lima para la inauguración de El Atlas de Borges. Aquí una entrevista de Pedro Escribano para La República.


FUENTE: La República


La viuda del escritor argentino llegó a Lima para inaugurar hoy El Atlas de Borges en la Universidad de Lima. En la siguiente entrevista repasa aspectos humanos del autor, a quien también se recuerda por no haber recibido el Nobel.
Pedro Escribano
¿Jorge Luis Borges era un aficionado viajero?
Sí, le encantaba viajar. Le gustaba mucho cambiar de lugares, sentir otros aromas, otros idiomas. Eso le encantaba.
¿Su ceguera no era un impedimento para disfrutar el lugar a donde llegaba?
No, por supuesto que no; si no no hubiera viajado tanto. Hay que tener en cuenta que él ya había conocido todos esos lugares cuando él veía, cuando era adolescente y vivió en Europa.
Borges también tenía viajes imaginarios. ¿Cómo era Borges cotidiano?, ¿acaso un ser enclaustrado por su ceguera?
No, todo lo contrario. Era una persona muy divertida que hacía la vida muy agradable, muy fácil. No era una persona que se malhumoraba, de mal carácter. Todo lo contrario, era muy vital.
¿Cómo así se organiza esta muestra?, ¿qué orden tiene?
Es un poco como un Atlas, tiene la misión de mostrar los distintos lugares geográficos y momentos de vida de Borges en el mundo. Esta muestra comenzó a raíz de que cuando volvíamos de los viajes nos encontramos con el poeta argentino Alberto Girri y con un profesor y veíamos las fotos. Allí nació la idea de hacer un libro con las fotos mías y con texto que Borges escribiera. Así surgió.
A mí me resulta paradójico, lo digo por curiosidad, en el sentido de que Borges era ciego y esta muestra es visual.
Sí, bueno pero digamos si uno lee la obra de Borges, yo creo que esa es la trampa en la que muchos directores de cine han caído. La obra de Borges es muy visual, debajo de eso está todo el aparato, digamos, de la filosofía, las religiones, las  reflexiones. Pero cuando uno ve la reflexión que hace de las cosas, esa es la trampa para los directores porque dicen “tengo la escena”, pero se les escapa la esencia de esa historia.
¿Borges para los directores de cine resulta inasible?
Él salvaba solo dos películas de las que se han hecho con sus cuentos, la de Rubén Mujica, El hombre de la esquina rosada, y la de Bertolucci, La estrategia de la araña.
Borges para los intelectuales generalmente es un escritor admirado, pero para otros, por sus declaraciones, podía haber resultado antipático.
No, para nada. Él decía que la gente era libre. Nadie es querido por todo el mundo ni odiado por todo el mundo. Siempre uno tiene mitad y mitad. El decía que uno debe vivir con firmeza y no traicionarse a sí mismo.
Muchos pueden pensar que algunas declaraciones las hacía para fastidiar. ¿Era así?
No lo hacía para fastidiar. Eso es lo que la gente quiere hacer creer. No hacía ni decía cosas para fastidiar. En lo que respecta a sus posiciones políticas siempre las sostuvo y era lo que él creía.
¿Y usted cree que ese humor corrosivo le ganó algunas antipatías?
Ah, sí, seguro. Uno, aunque no tenga humor corrosivo, igual tiene antipatías. Eso es inevitable. No podemos pretender que todo el mundo nos quiera, que todo el mundo nos odie. Siempre hay por suerte un equilibrio.
Muchos tenemos una imagen de Borges muy por encima de lo prosaico, ¿qué era lo más terrestre de Borges?
No sé, terrestre en qué sentido?
En el sentido de lo más humano…
Para mí era humano.
Claro, usted lo tenía todos los días. Por eso le decía de la imagen que tenemos de Borges.
Claro, para mí era humano, pero también divino. Yo nunca lo consideré extraterrestre (risas).
Ante una mesa, ¿cuál era su plato preferido?
Arroz con manteca y queso.
¿Comida gaucha?
No, aunque tendremos que decir de gaucho japonés, porque el arroz es típico de los japoneses.
Ah, es influencia suya entonces…
No, no, antes de mí ya le gustaba eso. En eso era muy divertido. Recuerdo una vez que un señor nos llevó al restaurante Maxim’s de París. Allí este señor, divino, que se desvivió porque es un restaurante carísimo, hablaba de vino y elegía potajes y pronto vi que Borges empezó a impacientarse. Cuando eso ocurría, yo me daba cuenta porque las cejas se le empezaban a erizar como chuña.
Entonces yo dije este pobre hombre va a terminar mal, pero en fin, yo no me podía meter. El hombre se desgañitaba diciéndole que este plato o este otro, pero Borges no, decía: “yo quiero arroz, manteca y queso”. El señor, desesperado, le dice “usted está aquí, en el mejor restaurante de París, estamos en el Maxim’s”.
Mire, nosotros teníamos en Buenos Aires un restaurante al que íbamos, era muy pequeño, no sé si aún estará, pero uno de los mozos cazaba jabalíes, y lo divertido es que Borges era jabalí en el horóscopo chino. Entonces, cuando se enteró de eso, le dijo al mozo: “Entonces ya no puedo venir más a este restaurante”. El mozo, horrorizado le dice ¿por qué, maestro? y Borges le responde: “Aquí corro peligro, usted es cazador de jabalíes”. (risas)
¡Borges un jabalí!
En el horóscopo chino es jabalí… No, en realidad es chancho, pero él me decía, jabalí, María, por favor, eso es de mayor dignidad. Pero allá, en París, ante este buen señor dale con que  maestro, este es el mejor restaurante de París. Borges al escuchar eso me pregunta: “María, ¿este no será una sucursal del nuestro de Buenos Aires?”, con lo cuál el señor casi se muere. Y después Borges mira al mozo y le dice: “Yo quiero probar, en el mejor restaurante de París, cómo preparan mi plato preferido: arroz con manteca y queso” (risas).
¿Le molestaba a Borges que lo consideraran una suerte de faro luminoso argentino?
No, él decía, la gente exagera, siempre…
Ah, lo tomaba con modestia…
Sí, era modesto, pero mucha gente dice que no. Pero sí, nunca se creyó…
Pero tampoco nunca se atrevió a escribir novela.
No le gustaban. Me decía un poco en broma que las novelas, de pronto, cuando uno está leyendo, aparecen almohadoncitos, señoras tomando el té. Decía que la novela requiere rellenos. Eso para él era perder el tiempo. Además, él consideraba importante la poesía y el cuento porque era como una flecha disparada al blanco. Buscaba la certeza, la perfección.
¿Y leyó a García Márquez?
Ah, hacía siempre bromas sobre Cien años de soledad. Decía que el título era precioso (risas).
Borges aún tiene inéditos?
Yo tengo un prólogo y un script que le habían pedido. Son totalmente inéditos.
El prólogo sobre qué se refiere?
Es sobre El libro sagrado de los muertos egipcios.
La última, Borges no recibió el Nobel. ¿Cómo lo tomo?
Le encantaba porque, decía, se convertía en el mito escandinavo en lugar de ser un número más en una lista.
“No hablaré más sobre juicios con quienes estropean obra de Borges"
“Ya no hablaré más con la prensa sobre los juicios que tengo con quienes estropean la obra de Borges”, dice.
–Pero ahora usted tiene problemas con el escritor argentino Pablo  Katchadjian, autor de El Aleph engordado.
–Yo no tengo problemas, él es quien tiene problemas y los va a tener serios.
–¿Ha hecho un remake?
–O sea, yo tomo tu obra sin pedirte autorización, la copio y agrego cosas en el medio para “engordarla”, yo te pregunto, ¿dejarías que eso fluya así? Bueno, tú estás vivo y puedes aceptarlo o no. No es el caso de Borges, que ya no está. Ocurre que todo el mundo trata de alcanzar notoriedad y fama trepando el nombre de Borges de cualquier manera.
–Pero Borges hacía remakes también, tiene Pierre Menard, el autor del Quijote.
–Esa es otra historia. Primero, Cervantes está en el dominio público hace 500 años. Segundo, yo invitaría que lean a Julia Kristeva y HaroldBloom y entiendan que es intertextualidad para que no digan que ese mamarracho es intertextualidad.
–Borges hacía ficciones con otras ficciones.
–Lógico, pero con obras de dominio público es legal. Sin embargo cuando no es así tienes que pedir permiso, hablar con quien tiene los derechos.