Año del centenario de José María Arguedas

Año del centenario de José María Arguedas

viernes, 24 de febrero de 2012

Los 50 años de los cronopios ...



Hace unos días se celebraron los 50 años de la publicación de uno de los libros más entrañables de Julio Cortázar : Historias de cronopios y famas ( Editorial Minotauro). Por ese motivo, comparto un artículo de Juan Cruz publicado en el diario El País.

El próximo año se celebra el cincuentenario de Rayuela, y el 2014, el centenario del Cronopio Mayor.


Fuente:diario El País.

"Qué maravillosa ocupación cortarle una pata a una araña, ponerla en un sobre, escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la dirección, bajar a saltos la escalera, despachar la carta en el correo de la esquina".

Es el principio de Maravillosas ocupaciones, uno de los textos más célebres de uno de los más célebres libros de Julio Cortázar, que murió el 12 de febrero de 1984. Ese libro es, cómo no, Historias de cronopios y de famas, que apareció en 1962. Los cronopios fueron publicados primero por Ediciones Minotauro, que entonces dirigía en Buenos Aires el mítico editor Paco Porrúa, que luego sería, en Sudamericana, el editor sucesivo de Cortázar. Un año después de Historias de cronopios y de famas apareció Rayuela, que catapultó la imaginación de Julio al conocimiento mundial.

Así que en 2013 estaremos en el cincuentenario de Rayuela y ahora estamos, un respeto, en el cincuentenario de uno de los libros más queridos de Cortázar, por el que muchísima gente entró en su literatura de juego y sugestión; en Historias de cronopios y de famas este gran inventor del fragmento como poética puso en marcha una inmensa capacidad de metáfora, y sobre todo puso en circulación esos personajes verdes, unos bichos, los cronopios, a los que dotó de capacidad de burla y de sugestión.

Los cronopios, las famas y las esperanzas, juntas y revolcándose de risa y de surrealismo, están en esas historias al final de una serie de incursiones de Cortázar por universos a los que pertenece aquel memorable Instrucciones para subir una escalera ("Nadie habrá dejado de observar que con frecuencia el suelo se pliega de manera tal que una parte sube en ángulo recto con el plano del suelo…") o el ya citado Maravillosas ocupaciones…

El volumen incluía el Manual de instrucciones, Ocupaciones raras, Material plástico e Historias de cronopios y de famas… Aparecía después de Presencia (poemas de 1938), Los reyes (teatro de 1949), Bestiario (1951), Las armas secretas (1959) y Los premios… Cronopios se coló como la expresión más acabada de la frescura que Cortázar llevaba en el frasco de su combinación de maravilla, sugestión, sueño y surrealismo.

No podía quedar desapercibida la fecha, pues los cortazarianos, que son legión en el mundo, tienen a los cronopios como sinónimo de Julio. Así que este martes un grupo de cronopios se juntaron en el Centro de Arte Moderno, una especie de capital del mundo de la literatura sudamericana en Madrid, y rindieron homenaje al libro, a esos bichos raros que inventó Cortázar y al propio Julio, cuya voz juvenil y acatarrada, arrastrando las erres difíciles que la naturaleza le dio, terminó el acto, en cuya presidencia se sentó Aurora Bernárdez, su viuda, que tanto hizo entonces por la frescura literaria del autor de Rayuela y que tanto hace por la pervivencia de la obra cortazariana.

Con ella estuvieron el profesor Julio Ortega, la profesora Rosalba Campra y los hacedores del Centro de Arte Moderno, Raúl Manrique y Claudio Pérez-Miguez, que le regalaron a Aurora flores rojas y cronopios dibujados por la pintora Judith Lange… Se habló, claro, del humor que hay en ese libro cincuentenario; Ortega cree que en Cronopios la voluntad de fragmentación que hay en el resto de la obra de Cortázar se manifiesta aquí como en otros artefactos (La vuelta al día en ochenta mundos, por ejemplo, o Prosa del observatorio). Pero en Historias de cronopios y de famas alcanza una apuesta divertida y diversa que le sirve a Cortázar para dar rienda suelta a todos los factores de su ironía literaria…

En cuanto a la invención misma, dice Ortega, cronopios puede provenir de Cronos (tiempo) y topía (lugar), “lo casual que hay entre el tiempo y el lugar…”, el tiempo que se encarna en un lugar… Famas ya es más obvio, dice Ortega, y esperanzas “son más socializadas”... El profesor ha rastreado en las cartas que Cortázar le envió a Porrúa cuando se iba a editar el libro, en torno a julio de 1962… Le decía que eran personajes “petulantes y malignos”; se aconsejaba que, por si acaso se desmandaban esos tipos insolente, había que tener las ventanas abiertas de par en par, pues son intrusos, casuales y divertidos, pero también “bichos verdes y húmedos”.

Cortázar, decía Aurora, sintió ante este libro y ante todos los que publicó “la misma alegría”; en la carta que le envía a Porrúa agradeciéndole que se haya decidido a publicarlo destaca la figura heroica del editor, capaz de poner “entre dos tapas” sus ocurrencias, esos personajes “sinvergüenzas y atorrantes” capaces de “bromas espantosas” que le van “a hacer la vida imposible”…

Los cronopios, decía la cortazariana Rosalba Campra, autora de Cortázar para cómplices, nos llevó a ver el mundo de otra manera, de una forma precisamente cortazariana, “pues Julio es de los pocos autores que ha convertido su apellido en un adjetivo; como hay kafkiano, hay cortazariano”, y eso proviene de la capacidad que tuvo para hacer que lo que escribió se pareciera a los sueños que uno no se atreve a explicar y que él escribió con una magia que perdura. La profesora Mariángeles Fernández, cortazariana de la primera hora, no pudo estar en el acto, muy a su pesar, pero me envió unas notas: “¿Acaso alguien volvió a subir inocentemente una escalera o dio cuerda a un reloj en adelante sin recordar las Instrucciones del gran cronopio Cortázar? Claro, todos queremos ser cronopios pero también, afortunadamente, tenemos algo de famas y algo de esperanzas. De lo contrario siempre perderíamos los trenes y no llegaríamos nunca a las citas. El mundo quizá sería más divertido pero tal vez habría demasiados cronopios desorientados llorando en las esquinas”.

Al final del acto sonó la voz de Julio, desde un vinilo, como si viniera a orientarnos. Hay en esa voz el aire circunspecto pero burlón con que Cortázar dotó la vida múltiple e inasible de sus cronopios, verdes aún a sus cincuenta años.

Si ahora se abre el libro otra vez uno halla este diálogo:

“Un cronopio que anda por el desierto se encuentra con un león, y tiene lugar el diálogo siguiente:

León.- Te como.

Cronopio (afligidísimo pero con dignidad).- Y bueno.

León.- Ah, eso no. Nada de mártires conmigo. Echate a llorar, o lucha, una de dos. Así no te puedo comer. Vamos, estoy esperando. ¿No dices nada?”

Como decía un viejo eslogan, “Hay que leer a Cortázar”. Y otro: “Queremos tanto a Julio…” En 2014, el centenario de Cortázar, el cronopio propiamente dicho.


martes, 21 de febrero de 2012

"Estereotipos", por Rosa María Palacios...



Este artículo la pinta de cuerpo entero. Es indignante la manera como la señora Palacios trata de justificar un asunto que, bajo las pruebas que se conocen, es un acto de racismo. No, señora, no es un estereotipo con el que juzgamos a "un hijo malcriado, soez, pituco, pirañita, Calígula, prepotente como todo blanquito", sino un hecho no condicionado por algún estereotipo, simplemente racismo.

Fuente: DiarioLaRepública

El prejuicio, el racismo, la exclusión o la inclusión se instalan en una sociedad a través de la construcción colectiva de estereotipos. Desde que nacemos, tendemos a simplificar nuestro mundo, a veces para poder sobrevivir en él, sobre la base de generalizaciones que califican, etiquetan y asignan roles.

Cualquier conducta o persona será juzgada sobre la base de esas calificaciones para luego ser sentenciada, sin siquiera mirar la realidad. Eso se llama prejuicio.

Tenemos estereotipos familiares que condenan, por ejemplo, a las madres que trabajan “sin necesitar” porque están “abandonando a sus hijos”. O a la madre divorciada, que sale “con varios hombres” o “viaja, seguramente a divertirse” y nuevamente, es el “mal ejemplo para sus hijos”. Tenemos estereotipos raciales positivos o negativos, que van desde “el cholito bien trabajador” o “todos los chinos son buenos en matemáticas” hasta el “negro ocioso”, “serrano sucio” o “blanco pituco prepotente”. Tenemos estereotipos regionales: el “argentino presumido”, el “venezolano tropical” y, no lo duden, el “chileno ladrón”. Hay también estereotipos profesionales: “ese cura, no parece cura”, “si el médico no está de blanco, debe ser sucio” y, por supuesto, “todo periodista, juez o policía cobran”.

Tenemos estereotipos para todo y para todos. Vean cualquier telenovela nacional. El secreto de su popularidad es que pueden conectar fácilmente al televidente, de esta sociedad, con el estereotipo que le presentan. No hay mucho que elaborar, porque lo representado “es” real en el imaginario colectivo.

En las últimas semanas varios asuntos públicos han sido juzgados sobre la base de estereotipos y nadie parece asombrarse. “Directores y profesores de colegios privados son corruptos”, “Todas las editoriales coimean”, “Si eres crítico literario, peruano y publicas en España, tienes que promover la comida peruana, sino, eres un traidor a la patria”, “Si tu mamá es divorciada y trabaja en el espectáculo tú eres un hijo malcriado, soez, pituco, pirañita, Calígula, prepotente como todo blanquito y, encima, abandonado por tu mala madre”. Eres, pues. No hay nada que hacer. No tienes salvación. No hay descargo posible, no hay pruebas necesarias, no hay ley que valga. Nadie te puede proteger de la demolición implacable del estereotipo. Eres ladrón, eres traidor, eres un pituco de tal por cual. Estás enfrentando el juicio popular del estereotipo y no tienes salvación. Y cualquiera que lo ponga en duda será arrastrado en la acusación de coimero, traidor, racista o lo que corresponda.

Lo curioso, hoy, es que el linchamiento es conducido, en mayor medida, por los que dicen promover la inclusión social, los que se jactan de dar lecciones de civismo y patriotismo. Los que promueven las causas contra el racismo o que le enseñan a los padres “la manera correcta” de educar a sus hijos. Desfilan por las pantallas e invaden las redes sociales. El estereotipo está tan metido en el alma popular que ni siquiera pueden percibir la contradicción que representan. Esa es la condena que arrastramos como sociedad. Aspirar a ser algo distinto y estar tan lejos de serlo.

sábado, 11 de febrero de 2012

Adiós, Spinetta! ...

Entrevista a Alberto Fuguet ...




En el blog de Carlos Sotomayor encuentro una breve entrevista hecha por él al escritor y cineasta Alberto Fuguet sobre sus nuevos proyectos en cine y literatura.

Fuente:CarlosSotomayor

Alberto Fuguet no se detiene. Tiene en mente, en la actualidad, varios proyectos creativos, como la escritura de Sudor, su próxima película a filmarse en Iquitos. En esta entrevista Fuguet habla de eso y de Aeropuertos (Alfaguara, 2010), una novela que retrata la relación conflictuada entre un padre y su hijo, y que, además, establece dialogos con sus primeras novelas.

Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR

¿Cómo se origina Aeropuertos? ¿Es verdad que a partir de una escena que presenciaste entre un padre y un hijo que no se hablaban?

Hace tiempo. Partió en viaje. Creo que iba a Cali vía Panamá y vi a un adolescente enchufado en unos audífonos bastante grandes. Y no tenía cara de irse de vacaciones. No estaba con su padre pero me imaginé que iba a verlo. Le tomé una foto sin que se diera cuenta. Y luego me acordé del cuento de John Cheever llamado “Reunión”, sobre un encuentro de un padre que no ha visto a su hijo en años, pero en una estación de tren. El asunto es que eso dio paso a un guión que escribí y filmé muy rápido. El corto se llama 2 Horas y es mi primer trabajo audiovisual garage, en el sentido que en ese momento pensé que para hacer cine. Y capté que podía hacer cine digital, con cámaras pequeñas, sin fondos concursables o grandes presupuestos, y nada… todo funcionó y fue un agrado. El corto está en Cinepata.com hasta quedó en Rotterdam: http://www.cinepata.com/peliculas/dos-horas/ Durante el rodaje, que fue muy rápido, Pablo Cerda, que hace de papá, me preguntó que cómo llegó su personaje a ser el padre de un adolescente. Ahí me di cuenta que había una historia mayor que contar y empecé a pensar. Es decir, Aeropuertos nace de un guión que se transforma en un corto que da paso a una novela corta. Es decir, una adaptación 100% al revés de lo que sucede por lo general. Por eso me cae extremadamente bien el libro.

Al leer Aeropuertos encuentro vínculos con tus primeras novelas. Incluso hay guiños como la presencia de un personaje de Por favor, rebobinar.

Totalmente y fue a propósito. Mala onda estaba por cumplir 20 años. Yo intenté después, sin lograrlo, hacer una novela “continuación” llamada Matías Vicuña acerca de estos 20 años que han pasado, esto de pasar, por decirlo de manera tecnológica, del cassette al iPhone, de la ansiedad de conseguir o acceder a una revista de cine o música al torrent o a imdb. Y capté que no estaba resultando. Entre otras cosas porque ya había escrito Aeropuertos. Y sí, sin duda es un guiño pero también es revisitar esos libros iniciales y llevarlos más allá. Está ligado al comienzo de Mala onda que parte en un aeropuerto de otro país y, en efecto, está Lucas García mayor de Por favor, rebobinar… y también aparece el protagonista de Velódromo. Me interesó ver cómo mi generación no creció del todo… y cómo hemos vivido estos veinte años. Cómo la tecnología de alguna manera nos ha aislado, de alguna manera, y llenado de juguetes. Otra cosa: partí escribiendo Aeropuertos post Missing. Quería hacer algo bien distinto, más parecido a lo “típico mío” puesto que me estaba cansando eso que todos decían que Missing era lo mejor mío sobre todo porque “no tenía nada que ver con mis libros anteriores”. Nunca estuve de acuerdo con eso: Missing tiene que ver con tipos medio perdidos, con USA, está plagado de referencias pop. Sabía que Aeropuertos no iba a ser considerado el libro del año. A veces uno necesita crear algo para no sentirse “tan premiado” o “en la cresta de la ola”. Aeropuertos ha funcionada muy bien pero más con mujeres y padre jóvenes que con la crítica en sí.

¿Cómo tomaste la celebración de los 20 años de la publicación de Mala onda?

Bien. No me siento más viejo o acabado. Me encontró con la decisión de no hacer la continuación. Eso fue bueno. Abandonar ese proyecto. Y con sorpresa, claro. Mala onda fue bien vilipendiada y quedó un poco la idea los primeros años que era una moda, un libro de verano, algo que pasaría. Yo mismo jamás pensé que llegaría a vender tanto durante tantos años y que, en el fondo, cada vez que un tipo cumple 16 o 17 años, hay un lector potencial. Que además ahora se lea –no obligatoriamente– en el colegio es, por decir lo menos, freak e inesperado y loco.

Encuentro vínculos entre tu literatura y tu cinematografía. Imagino, por ejemplo, que sus protagonistas podrían juntarse a tomar unas cervezas. Lo digo porque tienen cosas en común. ¿Lo ves así?

Sí de todas maneras. Ojalá, digamos, porque sino todo sería muy esquizofrénico o escindido. Me encanta eso, que mis protagonistas puedan juntarse a tomar chelas. O en una fiesta se juntarían en una misma esquina y hablarían entre ellos porque no sabrían mucho cómo conectarse con el resto. Son parientes, primos. Tienen el mismo ADN, sin dudas.

¿Qué me puedes adelantar de Música campesina?

Es raro adelantar porque para mí es algo tan antiguo. Se estrenó acá en Chile en octubre pero en Lima se dio en el Festival de la PUC en el invierno. Pero creo que es una cinta que también dialoga con mis libros y mis otras películas. Muchos dicen que es como Missing con música. No sé si es para tanto. Es acerca de un chileno a la deriva en Nashvilla, la cuna de la música country. Casi no sabe inglés y no se siente parte de nada: ni de los gringos o de los latinos. Es una cinta bilingue, filmada en USA, que mira el tema de la inmigración de otra manera, creo, y que indaga en lo hibrido, en la sensación de estar a la deriva, que explora temas como de dónde uno es o si la nacionalidad es un tema inherente a uno o no. Le ha ido muy bien en festivales y acá ganó el Valdivia. Lo que me gusta es que, a pesar de ser un tanto triste, también es cómica.

Tengo entendido que preparas una nueva novela. ¿Cómo va eso?

Ando, como es típico en mí, en varias cosas. Estoy empezando una novela y también dándole vueltas a un libro de relatos que se lean como novela. Pero antes saco, ahora en junio, un libro-bitácora de no ficción que es acerca de cine y crear cine y tiene trozos de mis guiones y vendrá con el dvd de Música Campesina y que se llama Cinepata. La editorial UDP editará una crónica pop que hice el 89-90 durante la transición llamada Capitalinos. Y ahora estoy partiendo con un libro-investigación que me tiene reentusiasmado: 70/70, un libro de crónicas-críticas acerca de 70 películas norteamericanas filmadas durante la era de oro del cine norteamericano de los 70. Ah: y ando editando un documental llamado Locaciones acerca de La Ley de la Calle de Coppola. Y escribiendo ahora Sudor, la cinta que haré –espero– a comienzos del otro año en ¡Iquitos, Perú!



domingo, 5 de febrero de 2012

"Thays (y el ) apanado", por Gustavo Faverón...

Caricatura: Carlín


Luego del cargamontón estúpido contra Ivan Thays, un artículo de Gustavo Faverón que pone en su sitio a los chauvinistas culinarios y sus semejantes. Ah, lo olvidaba : el pisco no es de mi predilección. Carajo, ahora soy menos peruano.

FUENTE: Gustavofaveron.blospot.com

En medio de esta especie de callejón oscuro post-kindergarten al que varios miles (no exagero, varios miles) de peruanos han sometido a Iván Thays debido al horror de haber confesado en un blog que a él la comida peruana le parece mala, pesada y poco menos que insoportable, no han faltado los típicos matones de balcón que le han espetado un muy peruano "y éste a quién le ha ganado" o un no menos peruano "qué cosa ha hecho éste por su país" (ambas cosas dichas casi siempre por personas que tendrían grandes problemas para responder esa pregunta si estuviera dirigida a ellos mismos).

Yo sé que cada vez que hablo positivamente en favor de un amigo no falta el vitriólico que me acusa de argollero (como si la actitud moral transparente fuera hablar mal sobre los amigos). Me importa un pepino. Mejor aun: me importa un pepián. Igual digo lo que pienso y lo que pienso acerca de esas dos cosas es lo siguiente: Iván Thays administra desde hace muchos años el blog literario más leído e influyente de todo el mundo hispano. Gracias a ese blog, una inmensa cantidad de escritores, lectores y estudiantes de literatura peruanos están mucho más al día con la literatura contemporánea de lo que podrían estar si Iván no se diera ese trabajo, que, hasta donde sé, no le genera ingreso alguno.

Pero ese mismo blog ha hecho que, en todo el ámbito hispano, una gran cantidad de escritores peruanos, sobre todo escritores jóvenes, se hagan conocidos fuera del mercado lector nacional, y a estas alturas es simplemente imposible calcular cuántos escritores peruanos han tenido la oportunidad de publicar en revistas extranjeras, ser leídos más allá de nuestras fronteras, ser invitados a congresos o a conferencias, ver sus libros editados o distribuidos fuera del país, etc., gracias a la tribuna que el blog de Iván les ha dado. El mismo Iván mantuvo por muchos años, en el canal estatal, el único programa televisivo peruano dedicado exclusivamente a la literatura, otra tribuna que no habría existido si no hubiera sido por su esfuerzo personal.

Yo sé que en la mente de la mayoría de los peruanos ninguna de esas cosas es tan loable ni tan admirable como, por ejemplo, abrir un restaurant en la avenida La Mar o fundar una feria gastronómica para el goce de la clase media limeña. Pero hay retrógradas, pasatistas y anticuados como yo que pensamos que es infinitamente más encomiable, porque la producción de arte y cultura, y la producción de literatura en particular, son una espina dorsal en el cuerpo de cualquier nación, una que ninguna industria puede reemplazar o debería desplazar. Nuestra literatura es uno de los espacios donde, por ejemplo, podemos repensar, evaluar y sopesar la violencia de nuestra historia reciente. No he visto el plato novoandino que me permita hacer algo parecido. Sí he visto, en cambio, a muchos limeños que prefieren tener la boca llena de tamalitos antes que sentarse a conversar sobre las heridas aún abiertas en el país.

Sé con pleno conocimiento de causa que muchos escritores jóvenes le deben buena parte de su carrera a la generosidad de Iván; probablemente no haya, con la excepción de Oswaldo Reynoso, un autor de generaciones anteriores que sea tan crucial para el crecimiento de la última generación de escritores peruanos como Iván Thays: no en los términos imposibles de mensurar de la influencia literaria o la emulación, sino en los términos concretos que sólo pone sobre la mesa quien da consejo, instruye, forma, difunde y apadrina a los más jóvenes. Eso no es habitual en la literatura, un mundo donde más frecuentes son el egoísmo y la confabulación y la mezquindad.

De nuevo: entiendo que para la mayoría de los ciudadanos de un país donde los índices de lectoría son paupérrimos, la industria editorial es enana y defectuosa y el amor por el conocimiento ha sido desplazado por diversas formas de chauvinismo e incluso de orgullo por la ignorancia, ese lado del trabajo de Iván le resulta a la mayoría irrelevante y secundario y, en cambio, su desafecto por la comida peruana (nuestro nuevo gran valor nacional), se convierte en detestable e imperdonable. Tengo problemas para aceptar que estemos permitiendo con tanta facilidad ese ridículo enrevesamiento de valores: si mañana un ministro de Educación borrara a Arguedas de los currículos escolares no provocaría un escándalo tan grande como el que provocaría una asociación de restaurantes que borrara el lomo saltado de su menú. De hecho, la privatización del plan lector ya dejó, en la práctica, los currículos de lectura de los colegios en manos de comerciantes a los que poco les importa el contenido de los libros que venden, con tal de poder venderlos. Y el escándalo, oh sorpresa, no se ha producido.

Hay algo francamente terrible en una sociedad en la que, de pronto, para que un pintor sea apreciado tiene que dedicarse a dibujar afiches monótonos, comercialones, repetitivos, insignificantes y decorativos; para que un escultor se vuelva célebre tiene que diseñar adornos y lamparitas, todos idénticos; una sociedad en la que lo banal es siempre más apreciado que lo significativo y en la que el único libro exitoso será el que apele al escándalo farandulero; una sociedad en la que el arquitecto más elogiado es el que haga la casa de playa más cara o el edificio más bonito en San Isidro pero en la que nadie se sorprende de que hayan desaparecido casi enteramente, por décadas, los proyectos de urbanización saludables para las zonas marginales y para los barrios más pobres; una sociedad que dice vivir un boom inmobiliario cuando una cuarta parte de la población vive bajo esteras y otra cuarta parte en el peor hacinamiento; una sociedad que dice vivir un boom de la cocina cuando los niños que mueren por desnutrición se cuentan por millares cada año.

Y eso último nos debería hacer pensar de verdad. Uno lee por todas partes el argumento de que, tras tantos años de pérdidas, derrotas y desencuentros, de pronto el éxito de la gastronomía peruana se ha vuelto un elemento de cohesión, un producto cultural del que todos los peruanos se pueden sentir orgullosos. El problema es que, para que eso fuera cierto, tendríamos que redefinir qué cosa es un peruano, y dejar fuera del círculo a los millones que comen lo que pobremente puedan conseguir y que jamás han puesto ni pondrán un pie en los restaurantes y las ferias que derriten el corazón de los ricos y de la clase media.

Ojalá que el estúpido apanado contra Iván Thays (no pun intended) al menos sirva para que nos pongamos a discutir sobre estas otras cosas, que son las que deberían causarnos indignación. Yo por mi parte sé que la próxima vez que vaya a Lima conversaré con Iván sobre esto, quizás en un restaurant donde yo pueda pedir un ají de gallina e Iván pueda pedir una pizza napolitana sin que ningún atrofiado lo acuse de traición a la patria en tiempos de guerra (culinaria).

La gran novela latinoamericana ...



A propósito de el último libro de Carlos Fuentes, La gran novela latinoamericana, Ricardo González Vigil analiza las ausencias notorias y, por supuesto, los excesos.

Fuente: Diario El Comercio

El notable escritor mexicano Carlos Fuentes vuelve a deleitarnos con un libro fuera de serie: “La gran novela latinoamericana” (México, Alfaguara, 2011). Uno de los ensayos más brillantes que existen sobre un tema que ostenta una amplia bibliografía: los hitos en el proceso de la novela latinoamericana. Hay, sin embargo, notables omisiones.
Por: Ricardo González Vigil (*)
Domingo 29 de Enero del 2012
Fuentes nos ofrece su visión personal –arriesgando preferencias y exclusiones– no de la novela latinoamericana a secas, sino de la “gran” novela, es decir, las obras que serían, según él, los signos centrales de una trayectoria verbal-estética e histórico-cultural compleja y apasionante que tiene como rasgo principal el mestizaje, la capacidad de la novela para asimilar aportes indígenas, europeos, africanos y asiáticos. Se trata de un ensayo y no de una historia literaria: “un libro personal. Esta no es una ‘historia’ de la narrativa iberoamericana. Faltan algunos nombres, algunas obras. Algunos dirán que, en cambio, sobran otros nombres, otras obras” (p. 436).
Un ejemplo es que, en el caso del Brasil (aparte del estupendo mérito de destacar a Machado de Assis como el mejor novelista latinoamericano del siglo XIX), no elige a Joao Guimaraes Rosa (a pesar de considerarlo acertadamente el “mayor novelista brasileño posterior a Machado”, p. 403), a Jorge Amado, Clarice Lispector o a Rubem Fonseca, sino a Nélida Piñón, aclarando que “más que cualquier escritor brasileño, se relaciona –es de origen gallego– con el universo literario hispanoamericano” (p. 403). Es decir, la escoge por la misma razón que, en su influyente ensayo “La nueva novela hispanoamericana” (1969) y ahora en “La gran novela latinoamericana”, privilegia entre los novelistas de España a Juan Goytisolo.
NO ES UN CANON
Subrayemos: un ensayo, un formidable ensayo. Y no solo porque posee belleza literaria (reiteraciones barrocas, juegos de conceptos, paralelismos ingeniosos, imágenes poéticas, recuerdos biográficos insertos con agilidad narrativa como el de Londres, en 1967, cuando con Mario Vargas Llosa anhelaron un libro de retratos de dictadores latinoamericanos, escrito por autores de diversos países); también, porque evita pontificar fijando un canon a la manera del “canon occidental” (más discutible que útil) fraguado por la soberbia crítica de Harold Bloom. Fuentes respeta el carácter tentativo y tolerante del género que Montaigne denominó ensayo. Por eso, al aventurar que Bernal Díaz del Castillo “es nuestro primer novelista”, acota “con todas las reservas del caso” (p. 25). Más aun, relativiza su selección: “Se me acusará, con justicia, de darle un lugar preferente a mi propio país, México, y a sus escritores. Así es. Si fuese brasileño, daría cabida mucho mayor a [sus] escritores […] y solo los requisitos de la selección me obligan a pasar por alto, o mencionar apenas, a escritores de Colombia, Perú o Chile a quienes admiro tanto como a los que aquí estudio” (p. 438).
Lo que nos preocupa es que, dada la fama de Carlos Fuentes (protagonista del ‘boom’ con Vargas Llosa, Cortázar y García Márquez), su ensayo vaya a tener mayor repercusión que la obtenida por los panoramas de la narrativa latinoamericana plasmados con mayor rigor y amplitud de criterio, como son los de Ángel Rama, Martín Lienhard y Donald Shaw.
Sus ideas y gustos van a adquirir un peso desmedido entre las personas que se introducen en el tema, y no están en condiciones de percibir sus limitaciones y carencias.
ENFOQUE LIMITADO
Señalemos sus principales limitaciones: minusvalora la estética romántica y, sobre todo, la realista apoyándose en una lectura parcializada del “Quijote” como obra metaliteraria que juega con el lenguaje y la imaginación, sin percibir el designio realista (un realismo abarcador, perspectivista) de Cervantes, maestro de los realistas más totalizantes (Balzac, Flaubert, Dickens y Tolstoi).
En cambio, sobrevalora la estética barroca (se hace eco de los cubanos Lezama Lima y Carpentier) como el estilo adecuado para América Latina, sin tener en cuenta otras teorizaciones más pertinentes: la transculturación narrativa (Rama se basa en el cubano Ortiz) y las escrituras alternativas (matriz oral, óptica mágico-mítica, lenguas indígenas) de Lienhard.
¿Y LOSCOMENTARIOS REALES”?
Resulta grave, de otro lado, que sostenga que de los “extremos inauditos de crueldad, exterminio y esclavitud” de la conquista de América “no surgió una literatura trágica” (p. 55), entendiendo que “el conflicto trágico no alcanza a serlo si consiste solo en una destrucción”, puesto que es “un conflicto de valores en el cual ninguno es destruido por su contrario sino que, trágicamente, cada uno se resuelve en el otro. La tragedia sería así, prácticamente, una definición de nuestro mestizaje” (p. 255).
Pero ¿no es ese el meollo textual de los “Comentarios Reales” de Garcilaso (con más méritos que Bernal Díaz del Castillo para ser proclamado nuestro primer novelista, con las reservas del caso), de la obra barroca del Lunarejo y del universo creador de José María Arguedas?
AUSENCIAS CLAMOROSAS
Dedica apenas algunas líneas apresuradas a los mexicanos Juan José Arreola y Fernando del Paso; a los argentinos Macedonio Fernández, Roberto Arlt, Leopoldo Marechal y Ernesto Sábato; a los brasileños arriba citados; al guatemalteco Miguel Ángel Asturias; al cubano Guillermo Cabrera Infante; y a los peruanos Garcilaso, Ricardo Palma y Alfredo Bryce Echenique.
Y ni siquiera menciona a los argentinos Manuel Mujica Láinez (el argentino con mayor número de grandes novelas), Manuel Puig y Eduardo Gudiño Kieffer (autor de dos logros mayúsculos: “Medias negras, peluca rubia” y “El príncipe de los lirios”); al chileno Roberto Bolaño y a los peruanos Ciro Alegría, Arguedas, César Calvo (la cima selvática: “Las tres mitades de Ino Moxo y otros brujos de la Amazonía”), Edgardo Rivera Martínez y Miguel Gutiérrez.

Dos venganzas salvajes

Domingo 29 de Enero del 2012
La exclusión de Bolaño supone un ninguneo vengativo, dado que el chileno arremetió contra las argollas literarias mexicanas (no solo en entrevistas y artículos, también en su novela “Los detectives salvajes”) y los cabecillas del ‘boom’. Haciendo escarnio, Fuentes opina que la chilena es “la nueva narrativa más interesante del continente” p. 295) y elige hasta doce representantes (número excesivo, solo superado por la complaciente nómina mexicana) posteriores al gran Donoso.
Otro ninguneo vengativo castiga a Arguedas, el novelista por excelencia del mestizaje, de la apertura a todas las sangres. No olvida el maltrato (acompañado de su distanciamiento de Lezama Lima, Carpentier y Cortázar, precisamente los novelistas a los que dedica más páginas Fuentes coronándolos como maestros sumos, junto con el cuentista Borges) que Arguedas le propinó en “El zorro de arriba y el zorro de abajo”, la novela que más rompe las fronteras entre el hiperrealismo y la metaliteratura. Quizás, también, conozca el epistolario en que Arguedas ridiculiza el profesionalismo y vedetismo de Fuentes.