Año del centenario de José María Arguedas

Año del centenario de José María Arguedas

domingo, 14 de octubre de 2012

"Que los dioses te sean propicios", por Gustavo Faverón.



 

Hace muchos, muchos años, cuando era chico, salí por algunos meses con una estudiante de psicología de la Católica, una chica linda, inteligente, indecisa, de grandes y rápidos entusiasmos. Le gustaba la poesía. Le leí los poemas de mis autores favoritos.

Le llamaron la atención, sobre todo, los de Antonio Cisneros. Su preferido era un poema muy corto, escrito con ese tono de parodia clásica que Toño usaba, indistintamente, en sus poemas más irónicos y en los más personales.

El poema era una celebración al nacimiento de su primer hijo, un poema de bienvenida al mundo. La chica lo aprendió de memoria (son apenas cuatro líneas). Poco después terminó conmigo. Años más tarde supe que se había casado. Se había casado con el primer hijo del poeta Antonio Cisneros.

Corrieron más años. Una noche conocí a Toño. No recuerdo si fue después del matrimonio de Alonso Rabí o si fue tras la presentación de un libro de Fernando Ampuero (ambas cosas sucedieron en la misma época y a las dos asistí, digamos, como testigo), un grupo de amigos subimos a un automóvil para ir a la casa de alguien. En el automóvil estábamos apiñados yo y una serie de personas demasiado grandes para un solo carro: Alonso Cueto, que manejaba, Fernando Ampuero, Antonio Cisneros.

Le conté a Toño la historia que les acabo de contar, sobre la chica de hacía años, que ahora era su nuera. Le divirtió. Me dijo: "Sobrino, uno no puede andar por ahí leyéndole a las chicas poemas ajenos. Esas cosas siempre cobran vida propia". Esa noche me dijo, también, que yo de perfil parecía un judío de Israel, un sabra, o un apóstol bíblico, lo que era lo mismo, pero que de frente parecía un ateo descarado; que ser ateo estaba muy mal pero que, en medio de todo, él podía respetar el descaro.

Conocer a Toño Cisneros era una cosa muy especial para mí. Cuando estaba en tercero de media, mi mamá me había dado libros suyos, libros de Mario Vargas Llosa y libros de Alfredo Bryce, para que conociera un poco de literatura peruana contemporánea: los libros de Vargas Llosa y Bryce habían sido publicados ese mismo año: eran La guerra del fin del mundo y La vida exagerada de Martín Romaña.

El de Toño, en cambio, era una rara compilación de poemas antiguos, que por algún motivo no habían aparecido en sus libros anteriores. Se titulaba Agua que no has de beber, y era de 1971. Fue el primer libro de poesía que leí sin que me lo hubiera ordenado un profesor. En los siguientes cuatro o cinco meses leí todas las novelas de Vargas Llosa, todos los libros de Bryce y todos los poemarios de Toño. Y mi vocación quedó sellada.

Así que a Toño Cisneros le debo, como a los otros dos, buena parte de lo que soy ahora y de lo que hago ahora. Cuando publiqué mi novela El anticuario quise reconocer esa deuda anteponiéndole al texto un epígrafe de Toño, tomado del poema "Oración":

Cómo hablar del amor, de las colinas blandas de tu reino,
si habito como un gato en una estaca rodeada por las aguas,
Cómo decirle pelo al pelo
diente al diente
rabo al rabo
y no nombrar la rata.

Y cuando nació mi hija Zoe, me fue imposible no recibirla con las palabras de aquel mismo viejo poema que Toño escribió para su hijo:

Oh tu líquida y redonda habitación:
la cómoda, la bien dispuesta, la armoniosa.
Y de pronto en el aire de las cuatro estaciones y los dioses:
que los dioses te sean propicios.

Antonio Cisneros no fue simplemente uno de los mayores poetas en la historia de las letras peruanas: fue una señal de su tiempo y un poderoso motor en el viaje de esa poesía en la segunda mitad del siglo veinte.

Fue ideológica y estéticamente complejo: en sus libros se reúnen elementos muy disímiles: un marxismo heterodoxo; una suerte de utopía garcilasista que si bien a veces vira hacia lo aristocratizante, otras veces se introduce felizmente en lo popular; un afán constante de mestizaje cultural; un historicismo preocupado y punzante; una poderosa unción religiosa que sólo es contenida a veces por la ironía, y una forma única de revisión de los diversos modelos del clasicismo y del barroco que jamás, pese al tono de parodia, se permite la simplificación de descartar o malbaratear esos modelos.

Su poesía no solo está atravesada de ideologías que al común de nosotros nos parecerían contradictorias. También es una consciente reflexión sobre ellas y sobre el asunto mismo de la ideología. Uno de sus poemas más bellos se aproxima al tema de manera conmovedora (porque una de las maravillas de Toño fue su capacidad de conmover profundamente con la discusión filosófica, de convertir la discusión filosófica en lo que nunca debe dejar de ser, finalmente, es decir, en una discusión sobre nuestras propias pequeñas vidas):

Si los hombres viven en la barriga de una ballena
sólo pueden sentir frío y hablar
de las manadas periódicas de peces y de murallas
oscuras como una boca abierta y de manadas
periódicas de peces y de murallas
oscuras como una boca abierta y sentir mucho frío.
Pero si los hombres no quieren hablar siempre de lo mismo
tratarán de construir un periscopio para saber
cómo se desordenan las islas y el mar
y las demás ballenas -si es que existe todo eso.
Y el aparato ha de fabricarse con las cosas
que tenemos a la mano y entonces se producen
las molestias, por ejemplo
si a nuestra casa le arrancamos una costilla
perderemos para siempre su amistad
y si el hígado o las barbas es capaz de matarnos.
Y estoy por creer que vivo en la barriga de alguna ballena
con mi mujer y Diego y todos mis abuelos

Su obsesión con los nacimientos y los cementerios, por ejemplo, parece barroca, y hondamente cristiana, y sin embargo él la convierte en una reflexión perpetua sobre la historia, sobre las reiteraciones y los ciclos de la historia, desde una perspectiva que sólo su fe salva de ser enteramente materialista. Nacimiento y muerte son las señales del tiempo: son ingresos en esferas inesperadas. Hoy que él entra en una de ellas, hay que pedir que los dioses le sean propicios.
 

Vuelve "El pez de oro" ...



 

 Una muy buena noticia: El pez de oro, de Gamaliel Churata ha sido editado por Cátedra para su colección Letras Hispánicas. La edición y el estudio han sido realizados por Helena Usandizaga, docente de la Universidad Autónoma de Barcelona. Ahora queda esperar su llegada a las librerías limeñas.


 

Entrevista a Carlos Rengifo...



A propósito de la aparición de su más reciente novela, El dolor en los labios, Carlos Rengifo es entrevistado por Carlos Sotomayor para el blog  Letra Capital.


Fuente: LetraCapital 

¿Cómo surge El dolor en los labios?
Surge de mi viaje a Huamanga, a un encuentro de escritores al que me invitaron. Y me llamó la atención una ciudad tan tranquila, calurosa, con gente muy amable. Pero también me llamó la atención la misma ciudad: su arquitectura, sus iglesias. Entonces, comenzamos a recorrer la ciudad. Y también por una idea de Willy del Pozo, quien quería que los escritores escriban cuentos ambientados en Ayacucho. Pero a mí me interesaba más escribir una novela. Conocí, entonces, a una chica, una estudiante que me comenzó a su contar su vida, un poco trágica, pero de una vivencia actual. Ella no conocía nada de Sendero ni de lo que había pasado. No sabía, incluso, quién era Edith Lagos. Me llamó la atención esa historia y de allí partió la idea. Y ya con la idea de que debía estar ambientada en Huamanga, me puse a pensar en qué personajes importantes o destacados podían entrar en la novela, porque quería hacer una novela de mujeres.
Y así aparecen las tres protagonistas de la novela…
Sí, la primera idea era la chica estudiante, que se convirtió en Evangelina en la novela. Pero quería matizar eso con la historia de Huamanga. Entonces, me puse a pensar primero en Edith Lagos, que era algo más reciente, de los años 80, la época del senderismo. Y quería hacer un contraste con un personaje emblemático ayacuchano: María Parado de bellido. Se me vinieron, entonces, esas tres mujeres a la cabeza y quise hacer una historia que combinara las tres historias de estas mujeres. La novela es la historia de estas tres mujeres que viven en Huamanga pero en distintas épocas. Mi idea era hacer un poco protagonista a la ciudad.
Tres mujeres que tienen algo en común, a pesar de vivir épocas distintas…
Digamos que lo común que tienen es la violencia que han padecido, de distinta manera, y que han logrado salir de ella a su manera.
¿Definiste la estructura desde el inicio?
Sí, desde el inicio. Tenía las tres protagonistas y me puse a pensar de qué manera las voy a presentar. Cómo voy a hacer esto si son historias de épocas distintas. Entonces, me plantee esta estructura de hacer pequeñas viñetas e irlas combinando. Así sale la estructura, intercalando las viñetas.
Para reunirse al final…
Claro, la idea era que se reunieran. Iba contando las historias de forma paralela pero no sabía cómo juntarlas. Pero al final salió de manera natural.
Si uno repasa tus novelas la presencia de personajes femeninos protagónicos es una recurrencia. ¿A qué se debe eso?
Porque siempre me interesaron las mujeres. Viví rodeado de muchas mujeres en mi familia: tengo tías, primas. Y siempre, por ejemplo, que leía un libro o veía una película me llamaba la atención la mujer como personaje. Porque me parece que la mujer como personaje es más rico. Y tal vez lo digo yo como hombre. Las mujeres como personajes son ricos en matices, psicológicamente. No es que me haya propuesto escribir sobre ellas, me salió de manera natural.
Tengo entendido que Ediciones Altazor reeditará en breve la novela con la que ganaste el Premio del BCR.
Sí, El jardín de la doncella, que me parece que ya salió, va a estar en la Feria del Libro Ricardo Palma. Es una novela histórica, ambientada en Lima en el siglo XVII. Es la vida de una beata, desde que naca hasta su muerte. Y hay también en la novela un trabajo de lenguaje, porque he tenido que explorar el habla de esa época. He tenido que leer archivos y meterme un poco en ese mundo para recrear históricamente esa época y mostrarla de manera verosímil.