Año del centenario de José María Arguedas

Año del centenario de José María Arguedas

jueves, 28 de junio de 2012

Cinco años de "Generación Cochebomba", de Martín Roldán Ruiz ...





Este texto, de autoría de Gabriel Ruiz Ortega, fue leído en la Casa de la Literatura Peruana por los 5 años de la publicación de Generación Cochebomba, novela escrita por Martín Roldán Ruiz.

FUENTE: LaFortalezaDeLaSoledad


Lo mejor es empezar por las verdades contundentes: Generación Cochebomba, de Martín Roldán Ruiz, quedará como una de las novelas más ambiciosas y logradas del decenio 2000 – 2010. Novela coral y sucia a la vez. Novela de historia e historias. Novela de sensibilidad honesta, de esas que aparecen, y eso, cada generación.
Antes de escribir estas líneas, me preguntaba por las circunstancias que rodearon su publicación. Al respecto debo decir que Martín es mi amigo, pero no tengo la más mínima idea de cómo fue su proceso de edición, lo que sé es que la editó él mismo. Es que seamos francos, conozco pocos casos de novelas, o libros en general, que se hayan abierto paso por sí solos. Ni Martín ni su novela recibieron la ayuda tan característica de la “otra literatura”, la de los contactos en prensa, el amiguismo del crítico y la mención, previa evacuación en el baño, de renombrados narradores locales durante una cena.
En los últimos años se ha venido diciendo que la narrativa peruana debía encontrar nuevos cauces temáticos y estilísticos. Se pensaba que ya se había dicho todo con el realismo y sus variantes, que genuinas obras maestras entregó a la tradición narrativa peruana. Era hora pues de virar el discurso, de nutrirse de autores referentes de otras tradiciones y rescatando a los peruanos que habían desarrollado una poética a contracorriente del imperante realismo. Por un tiempo escuchaba a las nuevas voces referirse a Martín Adán (La casa de cartón), Gastón Fernández, José B. Adolph, Iván Thays, Clemente Palma como influencias patentes y latentes. Leía los textos de aquellos plumíferos y me resultaba evidente que estábamos en una etapa de búsqueda, en pos de una afirmación con la que no se debía fallar. Hubo buenos saludos, y claro, algunos exagerados. Más de uno pensó que el realismo había llegado a su final, y éramos testigos de lo que podría ser la germinación de una nueva vertiente narrativa, a la que tendríamos que soportar un lustro, por lo menos. Y así fue…
Una gran novela realista urbana, publicada a mediados de los noventa, fue, sin duda alguna, Al final de la calle, de Óscar Malca. Obviamente, consignar este título demandó de este escriba una fugaz criba en su memoria. En los noventa muchos se lanzaron a publicar libros insertados en el realismo sucio, los cuales no pocos eran deleznables y el hecho que haya sobrevivido solo uno, dice mucho, pues quedó el que debió, y encomiendo a los lectores a leerlo y desprejuiciarse desde ya, puesto que el realismo sucio, o el realismo, sí tuvo algo que decir, y en lo único que quedó, se dijo mucho. Ahora, a inicios de la década pasada tuvimos la aparición de la última novela de la calle y el rock, la hoy novela de culto Nuestros años salvajes de Carlos Torres Rotondo. Con ella, más de uno le puso un gran punto final al realismo escrito por los entonces escritores jóvenes.
Cuando creíamos que el realismo, realismo sucio, realismo urbano, o cómo diablos quiera llamársele, había muerto, se publicó Generación Cochebomba. Todavía recuerdo la noche que leí la novela. El poeta Armando Alzamora me había hablado de ella. “La tienes que leer, Brother”. Y fue el mismo Armando quien me presentó a Martín en De Grot (ex Negro Negro), una noche de abril de 2008. Aquella vez se me entregaron la novela y al llegar a casa empecé a leerla. Me gustó mucho su lectura, se sentía el fuego de la prosa y un trabajo estructural valioso que pocas veces he visto en autor debutante. En los meses siguientes llegué a dedicarle al libro más de un post en La fortaleza de la soledad, mi blog. Y en esto no tiene nada que ver que Martín sea uno de los líderes centrales del Comando Sur de Alianza Lima, tal y como algunos payasos decían por ahí.
Hace un momento dije algunas palabras sobre lo que deberíamos llamar La otra literatura. Como dije, Generación Cochebomba no necesitó de esa otra manera de sacar adelante una carrera creativa. Esta novela me ha brindado la posibilidad de experimentar lo que es la justicia literaria. He sido testigo de la mejor prensa y difusión que un autor puede anhelar: la del reconocimiento del lector de a pie, del boca a boca que hizo que esta publicación sea considerada uno de los puntos mayores del realismo en la tradición narrativa peruana. Estamos, señores, ante un clásico contemporáneo, y sin necesidad de las recomendaciones de Mario Montalbetti, Julio Ortega y Mirko Lauer, a quienes debemos los mayores desaciertos sobre autores peruanos en los últimos años.
Ahora. ¿En qué radica la vigencia de Generación Cochebomba? He pensando en una posible respuesta que haga el amago de acercarnos a su lozanía y vigor proyectivo. No puedo decir que sea el lenguaje, en absoluto. El estilo de nuestro autor deviene en funcional, no es protagonista, como sí en otras novelas y cuentarios que aparecieron en el año de su publicación. La novela que hoy celebramos no pudo erigirse debido a una elasticidad estilística, de haber sido estaríamos ante una mariconada percibida como posera y llevada a puerto desde la distancia, delatada desde las primeras líneas por su axiomática falsedad. Aquí nos topamos con un destilo duro y más de las veces conciso, creando de esta manera un aliento poético fiel al mundo que quiere representar: la de una generación de muchachos perdidos, indecisos en cuanto al derrotero a seguir en sus vidas, llenos de rebeldía y seguidores de un anarquismo drogo característico de la época.
Imagino que Martín es uno y todos los personajes. Y no es lugar común decirlo. Creo que más de uno de los presentes se ha sentido más que identificado con las varias sensibilidades plasmadas en estas páginas. He pensando en qué radica la contundencia de estas múltiples configuraciones. No es novedad que nuestro autor fue un actor estelar y también de reparto de las correrías diurnas y nocturnas que nos presenta Generación Cochebomba, y es en este detalle en donde descansa la fuerza nutricia de la novela. Generación Cochebomba fue escrita desde la cercanía y la distancia. La cercanía porque Martín conocía el mundo del que iba a escribir, de la distancia porque no se adentró en la empresa bajo el imperio tramposo de la inmediatez acicateada por el entusiasmo. ¿Qué quiere decir esto? Fácil: la madurez narrativa que se ve en Generación Cochebomba es hija de su madurez personal.
No es necesario haber sido parte de los ochenta para tener conocimiento de causa de lo que Martín nos cuenta; no es necesario imaginar si hubiéramos tenido que decidir entre Sendero Luminoso, la delincuencia y el rock. No tiene sentido lamentarnos. Solo basta acercarnos a estas páginas y vivir esas vicisitudes en la experiencia de la palabra, experiencia deparada por los genuinos escritores de raza.
Muchas gracias.

Congreso internacional César Vallejo, Trilce y la vanguardia internacional ...

Entrevista a Ricardo Sumalavia ...



Ricardo Sumalavia estuvo de paso por Lima para presentar su más reciente novela : Mientras huya el cuerpo. Aquí una entrevista de Carlos Sotomayor.


FUENTE: LetraCapital


 




Ricardo Sumalavia, quien radica desde hace varios años en la ciudad de Burdeos (Francia), estuvo de paso por Lima para presentar Mientras huya el cuerpo (Estruendomudo, 2012). Se trata de una estupenda novela que nos revela la manera como se va construyendo un relato policial.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
Se suele decir que una novela surge a partir de una una idea o imagen inicial, es ese sentido, cuál fue el disparador de Mientras huya el cuerpo.
Si he de partir de una imagen, creo que sin duda te diría la de un hombre atado a una silla. A partir de esta se pueden decir y escribir muchas cosas. Surgen muchas preguntas. Luego la presencia de un detective, y que fuera justamente él el hombre atado a esa silla, vino de una manera natural. Desde ya empezaba con el héroe en problemas, solo, en medio de una habitación abandonada, aguardando que alguien más, o nadie, decidiera su destino. De aquí la madeja va sola, para atrás y para adelante. A este sujeto se le iba la vida, su materialidad, su realidad, y con él la memoria de los otros. Yo tuve una necesidad de hablar de esos instantes, de hurgar en ellos, y así va apareciendo una investigación, policial de un lado, vinculado con el Perú de fines de los noventa, y otra en un sentido más amplio, analizando incluso las fichas antes de moverlas.
¿En qué momento y cómo decides la estructura que finalmente tiene la novela?
Como sabes, la novela, luego del cuento policial que le da inicio, es una suma de fragmentos que buscan dar una explicación a cada elemento de ese cuento. Esto me llevaba a cierto caos, pues la novela también tiene como principio la dispersión, dejarme llevar libremente para encontrar la motivación última, a veces intelectual, otras íntima, personal, de cada pasaje. Por esa razón, después de todo ese rastreo, que pasa desde mis años de infancia en Barrios Altos, mis lecturas, mi formación como escritor, mi vida fuera del Perú, crímenes de mujeres apuñaladas en diferentes épocas, etc., se impuso la necesidad de darle una aparente coherencia, y que mejor que hacerlo desde el propio caos. De allí ese final como un torbellino.
Si bien tiene elementos de la novela policial, Mientras huya el cuerpo explora otras cosas.
El género policial me ofrecía varias estretagias narrativas que se ajustaban bien a lo que quería contar. Claro, me aprovecho de este género como de tantos otros; como me aprovecho también de mi experiencia con el microcuento. En este caso el policial como base me permitía una dosis de reflexión sobre lo que pasó en el Perú en las dos últimas décadas. Por supuesto, es ante todo una reflexión para mí. No pretendo explicarle nada a nadie. En todo caso, comparto todas mis dudas, mis cuestionamientos sobre un periodo que quizás no entendí como se debiera. En este sentido, esta novela es un ajuste de cuentas conmigo mismo. Me lo debía. Y eche mano de lo que conocía. Yo pasé muchos años escribiendo sobre el policial latinoamericano, leyendo estos libros con mucho placer; por eso, sabiendo que mi estilo no encaja exactamente con todas estas reglas del género policial –como en las de ningún otro género, creo-, me serví incluso de su teoría. Bueno, y trato de darle una vuelta a la retórica de ese género para hacer algo más personal.
Apolo tiene de Apolinario; sin embargo, también tiene de ti, del autor. Como Flaubert, ¿de alguna manera tú eres Apolo y los demás personajes?
Es innegable que las nociones de identidad están en crisis, y esto no tiene por qué ser negativo, ni reciente. Creo que nos cuesta cada vez más fijar las coordenadas para saber quiénes somos y dónde estamos. Por esa razón, siempre me atrajo la idea de una construcción de la identidad a través de las palabras, que seas tu propia voz, o la voz, o las voces, que vas asumiendo en la escritura. Esto ya lo planteé en mi anterior novela, Que la tierra te sea leve. La idea de esas identidades mutantes que son una y todas a la vez. Y esta novela, Mientras huya el cuerpo, pasa lo mismo. Soy Apolo, Apolinario y cada uno de los personajes. Y cuando hablo explicitamente de mí, estoy también hablando de ellos.
En la novela hay una suerte de homenaje a Javier Sologuren, aunque no se le mencione.
Sí, aunque no tuve la suerte de tratarlo demasiado, pude visitarlo durante un periodo, mientras realizábamos una edición de cuentos japoneses que él había traducido. Lo visitaba en su casa y me contaba cosas maravillosas, como una de las que cuento en la novela. A mí siempre me interesó su labor de poeta, traductor, editor, la de un hombre de letras total.
Carlos Calderón Fajardo decía en la presentación que éste era tu libro donde el Perú estaba más presente. ¿El estar varios años fuera influye de alguna manera en esto?
En mi caso sí. La distancia me refrescó la memoria. Permitió que pudiera verme y redescubrirme en distintos momentos de mi pasado. Y en esta dinámica de reconocimientos, ver el Perú y hablar de él, que en realidad es ver y hablar del Perú que me tocó, muchísimo más localizado e íntimo, también correspondía para lo que yo quise contar. Hablar de Apolo y Apolinario es imposible sin un referente más amplio, así me los tenga que inventar completamente.

domingo, 24 de junio de 2012

"Matagente", de Rodolfo Ybarra

 


Punto de venta: Librería Inestable, Porta 185 - Miraflores.
 

Entrevista : "Cien mil veces Mario Bellatin".





Bellatin acaba de publicar, en España, una nueva novela: El libro uruguayo de los muertos ( Sexto piso). Aquí una más que interesante entrevista de Pablo del Llano.

 FUENTE: Elpais.com

Si el Mario Bellatin real se correspondiese con el Mario Bellatin que narra sus novelas en primera persona, esto no sería una entrevista para un suplemento cultural, sino una entrevista clínica. De acuerdo con las características que se atribuye en El libro uruguayo de los muertos, su última obra, recién editada por Sexto Piso, estaríamos ante un hombre tarado por haber crecido en una familia “malvada, funesta, miserable”, en la que su madre recogía hormigas por la mañana para dárselas a sus hijos de desayuno y donde abundaba la deformidad: por ejemplo, una hermana “que en lugar de boca tenía una especie de trompa como la de un elefante”, o un abuelo diabético, con una pierna y un brazo amputados, que a veces hablaba a solas con una foto de Mussolini colgada en el lugar principal de la casa.
Mario Bellatin sería un cleptómano de plumas Inoxcrom aquejado al mismo tiempo de “grafofobia”, y a unos metros del sofá en el que atiende esta entrevista, en su espartano hogar de Ciudad de México, habría un esqueleto llamado Agapito enterrado debajo de la plancha de cemento de la cocina.
—No pongas ahí “viene de una familia facchista” —dice con la pronunciación que debió de aprender en su familia real, de origen italiano.
—Pero es lo que pone en su libro.
—¿El libro dice así, una familia facchista, y que al abuelo lo cortaron en pedazos y todo eso? ¿Es muy fuerte, no?... Hay algo de mentira. Es verdad, pero es mentira.
A Mario Bellatin le gusta difuminar la línea entre su universo literario y el mundo cotidiano, y su propia apariencia —“mi estricto uniforme”, le llama— tiene elementos de personaje ficticio. La cabeza rapada. Una túnica negra combinada con pantalones negros y con unas aparatosas botas del mismo color que parecen más acordes a un punki londinense de los setenta que a un escritor mexicano de 52 años. Y envuelto en la manga derecha de la túnica, un antebrazo ausente desde su nacimiento que antes solía completar con una prótesis metálica con pinzas que le daba un aspecto a medio camino entre un monje y un ciborg.

 Según cuenta en El gran vidrio (Anagrama, 2006) y en El libro uruguayo de los muertos, sea una verdad afirmada dos veces o una mentira repetida, en un viaje por la India terminó arrojando esa prótesis entre los cadáveres flotantes del río Ganges.


Cuando se le pregunta por la veracidad de todas esas rarezas con que dibuja su figura en sus libros, Bellatin suele responder con un comprensivo pero indiferente “no importa, eso no importa”. Explica que todos esos elementos autorreferenciales, así como los temas recurrentes de su escritura, como la enfermedad, la deformidad de los cuerpos o la presencia de la muerte —que fabuló en una truculenta novelita de 1994 llamada Salón de belleza, una parábola implícita de la expansión del VIH en aquella época—, son pretextos para atraer al lector a un mundo diferente. “Yo quiero lograr transitar por una realidad paralela a la cotidiana”, dice, “y que el lector se salga del mundo real y entre a este universo que no es el mundo de todos los días, deslavado y aburrido”.
Mario Bellatin se levanta del sofá y vuelve con un cuadernillo titulado Las dos Fridas, una biografía de la pintora mexicana Frida Kahlo que le encargó una entidad pública para distribuir entre escolares. Lo abre y señala una fotografía. “¿Tú crees que esta es Frida Kahlo o no?”, pregunta. La mujer de la imagen, en efecto, con sus abalorios, su ropa colorida, su moño y sus dos cejas en una, se parece mucho a Frida Kahlo.
“Pero no es. Sabes que no es, ¿verdad?”. La señora de la foto es una comerciante de un pueblo rural a la que Bellatin fue a retratar para escribir su libro para estudiantes y que no tiene más que vagas referencias de quién fue su histórica compatriota. “Sí, ¿pero es Frida Kahlo, no?”, suelta a contrapié el escritor. “Todo esto es verdad. Esta mujer existe, no la disfracé, no le pagué. Esta mujer es la verdadera Frida Kahlo. Es la mujer que Frida Kahlo siempre quiso ser y nunca pudo ser. Esta es la original. Frida Kahlo se representaba a sí misma como una comerciante de pueblo que nació después de que Frida Kahlo se murió”.
El escritor sostiene que la pintora fue una impostora, y ciñéndose a su interpretación creativa de lo real se sintió legitimado para realizar un texto escolar que tal vez haya confundido un tanto a sus jóvenes lectores. “¿Has visto sus fotos? Todas estaban armadas, eran perfectas. En todo lo que hacía no había nada de cotidiano, todo estaba dentro de una parafernalia, y yo hice la parafernalia de la parafernalia. Y pienso que si un chico de 17 años de una escuela piensa que la mujer de la foto es la verdadera Frida Kahlo, da exactamente lo mismo. Ella se inventó todo, así como yo me inventé todo también”.
Pasado el mediodía, Mario Bellatin solo ha desayunado un café que ha dejado a medias, pero desarrolla su discurso con energía, mezclando el humor con un fondo conceptual que a veces resulta abstracto. Su perro Perezvón, un ejemplar blanco y negro de border collie con un collar en el que lleva grabado su nombre de andar por casa, Pérez, juguetea por la sala mientras su dueño expone sus ideas.
—Fuera, perro —le ordena.
Por la vivienda circula otra perra llamada Mona, aparentemente hiperactiva, que es propiedad del asistente personal de Bellatin. El escritor cuenta que fue arrojada por una ventana de una casa del centro de la ciudad cuando estaba recién nacida. Los canes son otro elemento común en sus tramas surreales, y ahora protagonizarán un documental que acaba de filmar en Los Ángeles “sobre cómo un grupo de obesos se dedica por diversión a hacer correr a galgos que mantienen después encerrados durante toda la jornada”.
La actividad artística de Bellatin desborda la escritura. Además de ese filme, actualmente está terminando la edición de una ópera que ha filmado con la compositora Marcela Rodríguez en Ciudad Juárez, el lugar más mortífero de México. Dice que es una obra sobre la violencia que trata la violencia a la inversa, sin mostrar una gota de sangre. Está basada en Bola negra, un cuento suyo sobre un entomólogo japonés que se come a sí mismo. Para el coro eligió a chicos y a chicas de Ciudad Juárez “en situación de extrema vulnerabilidad”. Según detalla, en el escenario se proyectan imágenes del muro fronterizo que separa Estados Unidos de México, de las nuevas urbanizaciones de la zona —“con casas abandonadas sin puertas ni ventanas y picaderos de droga”— o de la “miseria humana” que traslucen los talleres de maquiladoras, como se conoce en Latinoamérica a las mujeres que subsisten de la industria manufacturera, en muchas ocasiones sin un contrato formal. Mientras tanto, el coro entona una letra que Bellatin recita en su casa de manera acompasada: “Has-ta-har-tar-se / Con-su-mi-do-por-sí-mismo / De-glu-ti-do-por-sí-mismo...”.


Bola negra es parte del material que mostrará Bellatin en julio en la Documenta de Kassel (Alemania), la exposición quinquenal de arte contemporáneo. Él enfoca el musical como un cuestionamiento del rol social del autor. Bellatin está en contra del esquema “binario” del escritor como un individuo con dos opciones, usar su obra como un medio para denunciar injusticias o ser un ente puro que crea de espaldas al mundo. “Estoy de acuerdo en que la literatura es un mecanismo de cambio, pero no en el sentido de una inmediatez coyuntural, como si el texto fuese un instrumento que no se puede sostener por sí mismo, sin su contexto”.
Ya en sus inicios, según cuenta, su heterodoxia se dio de frente con otra división de categorías en la que sus propuestas no encontraban acomodo: la separación de los escritores latinoamericanos entre autores internacionales como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa o Carlos Fuentes y otra corriente de compromiso social regionalista. “Para las cosas que yo trataba de hacer usaban términos envenenados, como kafkiano”, recuerda. “Y yo con 18 años pensaba, guau, puta madre, kafkiano, pero en realidad me estaban diciendo ‘Muy bien, hijito; ahora, si quieres ser escritor, haz algo indígena o algo urbano que hable de lo que se tiene que hablar: del dictador, del realismo mágico o del exotismo de Latinoamérica”.
Su carrera se desarrolló fuera de los carriles normales de la escritura, orientación que aplicó para los demás en la Escuela Dinámica de Escritores de Ciudad de México, que fundó a principios de los 2000 y dirigió desde entonces hasta que la cerró hace tres años —aunque piensa reabrirla en septiembre—. La primera regla para los aspirantes a escritores era que en la escuela estaba prohibido escribir. Él hizo algo similar cuando comenzó. Estudió Filosofía en Lima (Perú), donde vivió desde los cuatro años, y a mediados de los ochenta se pasó dos años en la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba. En ambos periodos se dedicó simplemente a “observar”, con el propósito transversal de hacerse con herramientas para la escritura. Finalmente regresó al país de donde nunca quiso salir, México, y completó el triple salto con tirabuzón: hacerse adepto a una comunidad sufí, una rama mística del islam.
Después de unas tres horas de conversación sobre la mentira, la verdad, el arte y los entomólogos japoneses que se engullen a sí mismos, con la media taza de café ya en el recuerdo, Bellatin, agotado y hambriento, hace un esfuerzo no del todo exitoso por dar a entender su relación con el sufismo a un periodista con una capacidad de comprensión cada vez más obtusa: “El sufismo me enseñó que todo es un todo”, arranca el escritor; “que todo forma parte de lo mismo”, repite; “que vivimos en tiempos paralelos”, dice escalando grados ontológicos; “que no hay avance, que hay circularidad, paralelismos”, continúa hasta hacer una afirmación terminante: “Que todo el tiempo, los vivos y los muertos vivimos en tiempos simultáneos, en el instante”. Se detiene un momento, se disculpa por estar “un poco descerebrado” por el cansancio y finaliza con unas palabras que tampoco cuadran en la cabeza del interlocutor: “Y ese mismo instante es lo que busca el derviche girador”.
Bellatin se considera sufí y cumple con su estética austera. El mobiliario de su hogar es tan esquemático que la casa parece casi deshabitada, o habitada por un fantasma, como dice el escritor que se siente en ocasiones. Siempre lleva su uniforme negro, y conduce un coche negro sin cambio automático ni dirección asistida, cosa meritoria teniendo en cuenta que solo dispone de un brazo. El principal foco decorativo de la sala es un minúsculo cuadro con un derviche —un bailarín sufí— congelado en un instante del giro permanente en que consiste la danza ritual de esta religión.
Esa pared, como todas las demás de la sala y del estudio, estarán cubiertas pronto por enormes estanterías en las que piensa distribuir Los cien mil libros de Mario Bellatin, una obra que también presentará en la Documenta. Se trata de otro proyecto a medio camino entre la literatura y el arte conceptual, consistente en la edición de cien libros suyos en un formato mínimo y con una tirada de 1.000 ejemplares cada uno. Los comercializará por su cuenta, sin pasar por las librerías, intercambiándolos directamente con los compradores “por un cigarro o por 1.000 pesos, dependiendo de mi estado de ánimo”. De momento ha publicado seis, y calcula que con todo lo que ha escrito durante su carrera ya tiene material para 52. “A partir de ahora quiero seguir escribiendo para llegar a 100. Pero igual me muero antes, no importa. Lo importante es que el hecho de que aquí haya 100.000 libros o no haya nada solamente depende de un deseo, y nada objetivo, externo a ti mismo, se puede interponer a ese deseo”.
Como el derviche que gira en un movimiento eterno, lo único que desean el hermano de la chica elefante, el ladrón de bolígrafos, el hijo de la cocinera de hormigas y el dueño del perro Perezvón es que Mario Bellatin permanezca siempre escribiendo.

El libro uruguayo de los muertos. Mario Bellatin. Sexto Piso. Madrid, 2012. 280 páginas. 16 euros.

sábado, 9 de junio de 2012

Encuentro Internacional de Cantautores Dándole Cuerda ...



 



NOTA DE PRENSA
Encuentro internacional de cantautores Dándole Cuerda - Lima 2012
LIMA REÚNE POR UNA NOCHE LA MÚSICA LATINOAMERICANA EN ÚNICO CONCIERTO
  
(Lima, 5 de junio del 2012) Este año Perú será el anfitrión del II Encuentro internacional de cantautores “Dándole Cuerda”, evento que se celebrará este 30 de junio bajo el marco del auditorio del Colegio de Jesús en Pueblo Libre (Av. Brasil 2470), iniciativa organizada por la Asociación cultural Dándole Cuerda en colaboración con AYNE Perú y WetSound & Video.
Se contará con la presencia de artistas de diferentes partes del continente como Alejo García de Colombia, quien fuera escogido como cantautor del año con su disco “Interior”; Vicencio Navarro, importante cantautor chileno que se ha presentado en los más importantes escenarios de la trova mundial; la participación nacional estará encabezada por Enrique Mesías, ganador del premio “Cantera” organizado por la escuela de música de la Pontifica Universidad Católica.
El proyecto “Dándole Cuerda”, concebido inicialmente en Perú, fue acogido por cantautores de Chile, Bolivia, Ecuador y Colombia. En julio del año pasado, se organizó el I encuentro internacional “Dándole Cuerda” en la ciudad de Santiago de Chile. El colectivo tiene como objetivo a largo plazo, integrar a más cantautores de diversos países hermanos y organizar un circuito de recitales “Dándole Cuerda” en toda América. Les alienta el deseo de combatir los prejuicios patrioteros y la construcción de una patria mayor.
La hora prevista para el concierto será a las 7pm y la entrada podrá ser adquirida al precio de 20 soles en la boletería o previamente al correo dandolecuerda@wetsoundvideo.com, cantidad por la que se podrá escuchar además a los cantautores nacionales Javier Lazo, Omar Camino, Cesar Gino Córdova y Oscar García; al boliviano Raul Ybarnegaray; así como a los chilenos Rodrigo Cáceres y Cecilia Concha.
Agradeceremos su gentil difusión.
Mayor Información :                
Wilder Trujillo Cabrera RPC 993687303 RPM 995520269
Email: wtrujillo@wetsoundvideo.com
 

Entrevista a Siu Kam Wen





A propósito de la presentación de su nueva novela, El verano largo, Siu Kam Wen fue entrevistado por Carlos Sotomayor.

Fuente: Letra Capital

Siu Kam Wen estuvo de paso nuevamente en Lima. En esta ocasión, entre otras cosas, para presentar su más reciente novela El verano largo (Editorial Casatomada, 2012), inspirada en una historia de amor que vivió su autor en la juventud.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
¿Cómo surge El verano largo?
La novela está inspirada en algo que efectivamente pasó. Hace como tres años regresé a Lima para presentar El tramo final y La vida no es una tómbola. Y me hicieron un buen número de entrevistas, algunas de ellas aparecieron en periódicos y otras, en revistas. Después de tres meses, cuando ya me encontraba de retorno en Hawaii, me llegó un email de alguien que había conocido hace 38 años y que fue mi primer amor. Ella me había reconocido en una entrevista que me hicieron en la revista Caretas.
También se puede leer como una travesía al pasado, a la época de tu juventud.
Sí. Tiene dos partes. La primera es un viaje al pasado, exactamente al año 1971. Ese año ingresé a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y fui al ciclo básico. Eso era un programa nuevo que reunía a todos los ingresantes de diversas facultades. Y en esa época conocí a una chica que yo pensé que tenía 18, pero en realidad tenía 16.
Es también un homenaje a la amistad. En ese ciclo básico tú conoces entre otros al también escritor Cronwell Jara…
Bueno, Cronwell me tomó confianza. Me dio a revisar “Montacerdos”, el manuscrito. Yo fui el primer lector, o por lo menos uno de los primeros, de su cuento  “Montacerdos”. También conocí a Mario Choy. Nos decían bohemios, porque llegábamos a las 11 de la mañana de un domingo y regresábamos en la madrugada del lunes.
¿Qué es lo que más recuerdas de esa época?
La época. Casi todas las semanas teníamos mítines, protestas, marchas. Era políticamente muy revuelta, pero también muy interesante. Había algo vivo, había algo pujante. En esa época había empezado la reforma agraria y la reforma social. Finalmente, todas esas reformas se vinieron abajo, no resultaron. Yo no creo que haya habido otra época similar en la historia del Perú. La revolución de Velazco fue un espejismo, pero mientras uno la vivió fue la mejor experiencia…
¿Por los ideales?
Sí, por los ideales…
Ideales que se han perdido…
Sí, y no sólo con el fracaso de la revolución peruana, sino también con la caída del muro de Berlín, con la conversión de China al capitalismo, con el fracaso de la revolución cubana. Ya no hay ese idealismo.
¿Tú eras de izquierda?
Yo era izquierdista, pero después tuve que aceptar la realidad, que la ideología no funciona, que la ideología utópica de Marx o de Engels no funciona. Y he tenido que aceptar esa realidad pragmática.
Sé que Stendhal es muy importante en tu literatura. ¿A qué se debe?
Yo prefiero escribir en forma llana, sin mucho artificio. Y se dice que Stendhal cuando escribió Rojo y negro siempre tenía al lado el Código de Napoleón, que era conciso y claro. Y yo hacía los mismo, sobre mi escritorio tengo Rojo y negro porque si a veces sufro la tentación de ser demasiado florido, releo esa novela.
Escribes en español. ¿Por qué?
Bueno, conozco tres lenguas. He tratado de escribir en inglés. Pero siempre supe que en inglés no iba a ser tan bueno como en español. Y ya me he olvidad del chino escrito; lo puedo hablar, pero escribir una novela no, tal vez alguna carta.
¿Cómo es tu relación con el Perú? Te lo pregunto porque tú naces en China, vienes aquí de niño y te quedas hasta que por razones de no conseguir trabajo terminas yéndote a Hawaii donde has pasado la mayor parte de tu vida. Pero siempre vuelves al Perú.
Bueno, como escritor siempre vuelvo al Perú porque mis años de formación (parte de mi infancia, mi adolescencia y mi juventud temprana) se vivió en Lima. Esos fueron los años que me han marcado de un modo u otro. Sin el Perú no hubiera llegado a ser escritor. Si me hubiera quedado en China me hubiera convertido en un campesino ignorante. Y si me hubiera quedado en Hong Kong me hubiera convertido en un tipo superficial.