Año del centenario de José María Arguedas

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sábado, 7 de marzo de 2009

La carta de una muñeca...



Mientras caminaba por las calles de Praga, Franz Kafka encontró a una niña llorando. Al acercársele le preguntó el porqué de su llanto, a lo que la niña respondió: “Es que se ha perdido mi muñeca”.
Inmediatamente después, el escritor checo le dijo que su muñeca no se había perdido, que sólo se había ido de viaje. La niña intrigada por esta respuesta le preguntó:
-¿Y cómo lo sabes?
-Porque me ha escrito – contestó Kafka - .Ella está muy bien .Ha salido a buscar una nueva vida, una vida propia, pues ya siente que tiene la edad suficiente .Pero piensa mucho en ti y te manda saludos.

La niña más tranquila y reconfortada por la probable felicidad de su muñeca, preguntó:
-¿Y puedes enseñarme las cartas que te escribió?
-Por supuesto – contestó Kafka - .Mañana a esta misma hora te encontraré aquí y te voy a enseñar las cartas.

Al volver a su casa, el escritor redactó una carta y al día siguiente se la llevó a la niña .En ella, la muñeca le decía que había partido en busca de nuevos horizontes pero que pensaba mucho en ella. La niña, rebosante de alegría, le pidió a Kafka que le trajera nuevas epístolas enviadas por su muñeca. Esta rutina continuó por algunos días, Kafka escribía las cartas y se las hacía llegar a la niña, hasta que le envió una definitiva: La muñeca se había casado, iba a tener una familia y viviría muy feliz. La niña se consoló para siempre al saber que su tan querida compañera viviría feliz por el resto de sus días.


Esta historia vio la luz en el Brooklyn Follies, y fue contada por el escritor estadounidense Paul Auster.

A primera vista, esta lectura no concuerda con lo que uno se imagina sobre Kafka; pero, si se piensa mejor, no resulta tan descabellada y se torna verosímil.

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