Año del centenario de José María Arguedas

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sábado, 22 de enero de 2011

In memoriam, Luis Jaime Cisneros ...

El jueves último falleció el linguista y docente Luis Jaime Cisneros, es por este motivo que comparto un texto de Gustavo Faverón, uno de los tantos alumnos que tuvo, en el que le muestra su total agradecimiento y respeto.



Fuente : PuenteAéreo




La muerte de Luis Jaime Cisneros, además de motivar un dolor inmediato y sostenido en quienes lo quisimos durante tantos años, debería ser ocasión para que pensemos en ciertas cosas en las cuales él siempre deseó que pensáramos.

Experto en muchos asuntos disímiles, desde la prosa colonial y la poesía del Siglo de Oro español hasta la psicolingüística y la tradición crítica de la estilística, Luis Jaime, en el fondo, sólo quiso ser un buen profesor, un verdadero profesor, y en ese camino acabó por convertirse en el arquetipo del maestro peruano en la segunda mitad del siglo veinte.

Y porque sólo quiso ser profesor, Luis Jaime escribió artículos y columnas de opinión, luchó con esfuerzo por la fiscalización y la limpieza política durante la dictadura fujimorista y después de ella, y dio su apoyo público y razonado a diversas causas en defensa de los derechos humanos, así como a la labor de la Comisión de la Verdad.

Luis Jaime escribió mucho acerca de la centralidad de los aparatos educativos nacionales, sobre la importancia de una educación superior vasta y humanista, y acerca de los cambios que podrían introducirse en la nuestra.

Hasta donde mi memoria alcanza, casi nunca tocó esos temas sin deslizarse rápidamente al terreno de la política: para Luis Jaime, la universidad era un santuario pero también un laboratorio, donde debían multiplicarse las defensas de nuestra sociedad contra los gérmenes de la violencia, el autoritarismo, el populismo vandálico, la corrupción endémica, esa trampa de arenas movedizas que es el mundo cuando lo captura la mediocridad intelectual y el abuso de la fuerza.

Porque Luis Jaime consideraba que la perpetua crisis peruana no era sino el reflejo y la consecuencia de un sostenido declive de nuestra educación, un declive que proyecta su sombra sobre nuestra empobrecida inteligencia social y nuestra capacidad de convivencia racional, y convierte a nuestra sociedad en mucho menos que una comunidad y mucho más que un laberinto de incertidumbres.

Luis Jaime, elegante y sutil, irónico y oblicuo cuando quería, un artista del doble sentido y el más mortífero productor de oneliners que yo he conocido, no fue nunca de los que rehúyen la necesidad de debatir y polemizar, de confrontarse y enfrentarse, de criticar y discutir, de señalar con el dedo y apuntar directamente a la cara de los corruptos, los mediocres o los manipuladores: siempre propuso sus ideas, siempre escuchó las ajenas, siempre abogó por que todas fueran expuestas y triunfaran las que creía más racionales.

Es irrelevante hoy considerar cuántas veces estuvo en lo cierto y en qué ocasiones no: en el gran sistema de la sociedad como convenio de convivencia, la actitud general de Luis Jaime fue la correcta. Y eso es siempre lo mejor que se puede decir de toda persona justa y noble.

¿Qué es lo que Luis Jaime quiso transmitir a sus estudiantes con el ejemplo de su propia vida? Luis Jaime no escribía columnas de opinión para proyectar su ego sobre el papel; no fundó Transparencia para halagar su vanidad en la esfera pública; no intervino en debates cruciales para imponer su idiosincrasia sobre las ajenas.

Siempre que hizo cualquiera de esas cosas, creo yo, trató de demostrar a sus discípulos que la figura de un verdadero maestro no se desvanece en el umbral al salir de un aula, cruzando la puerta de un salón de clase: que un maestro sigue andando, más allá, proponiendo una nueva discusión cada día, aceptando todos los debates, librando todas las batallas.

Y que un buen estudiante debe hacer exactamente lo mismo, dentro y fuera de la universidad, del salón: que no se debe aprender la moral y la ética de la razón, la ciencia, la investigación y el conocimiento para luego dejarlos olvidados en el jarrón de los paraguas y marcharse al mundo real sin ellos.

Luis Jaime fue quien me aseguró, cuando yo era poco más (o poco menos) que un adolescente, que uno podía estudiar literatura y sobrevivir. Lo recuerdo sentado conmigo una tarde entera, en su oficina de Letras, acompañándome en silencio al día siguiente de la muerte de mi madre. Me preguntó una sola cosa, dándome un abrazo: "¿Qué pasó?". No supe qué contestar pero él entendió mi desconcierto, lo compartió como si fuera suyo.

Luis Jaime fue la persona que me convirtió en profesor de literatura, hace veinticuatro años. Me pidió que leyera un ensayo del Extraterritorial de George Steiner y que dos días después les diera una clase sobre eso a mis compañeros de salón en la Católica. Lo hice, no salió mal, él me dijo que enseñar era lo mío, yo le creí y aquí estoy.

Apenas ponga punto final a este texto, debo preparar la primera clase del semestre que empieza aquí este lunes: lo haré pensando en Luis Jaime, sabiendo que estoy en esto porque él me lo dejó como encargo, igual que a tantos otros. Y espero dar la talla, modestamente, aunque yo nunca llegue a ser para nadie lo que él fue para muchísimos, lo que él fue para mí.

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